Culturales
01/05/2011 - 00:30:55



Carta de Don Ernesto


El oscuro escritor se murió en un día como los inspirados en sus novelas. Gris. Melancólico. Una vez Ernesto Sábato iba a venir a San Nicolás. No a una Feria como la que iba a festejarle cien años de existencia, pero sí al encuentro de recuerdos de ríos y sueños.
Sonó el teléfono y el tono provinciano me saludó con el cantito propio de una buena conversación. Después de las palabras obligadas me soltó una serie de frases, leídas, de una innegable emotividad, y con los nombres de la historia del escritor.
“Queridos y generosos amigos de la Feria del Libro: Hasta hace poco tiempo tenía la intención de acompañarlos, pero lamentablemente…” La trágica muerte de su hijo Jorge Federico, y la “larga y dolorosa enfermedad de Matilde”, le impedían soportar más “tensiones nerviosas” de las que su cuerpo podía soportar.
A modo de despedida decía la carta “les deseo buena suerte en algo con tanto valor espiritual. Muy afectuosamente, Ernesto Sábato”.
La excusa era del año 1995. Ernesto Sabato, postrado, le devolvía la gentileza a quien se había empeñado en la invitación a la Feria del Libro de San Nicolás. Rubén Mendoza atesoraba el papel en los olvidados rincones donde quedan las cosas que tienen recuerdo. Hasta hace algunas horas era la misiva del gran escritor. Y ahora se convertían en el legado de la historia.
Había llegado a Santos Lugares de la mano de otra leyenda: Marta Faure Bluhm. Desde la Mutual América la apuesta era fuerte: traer a Sabato a la más jerarquizada sala del Colegio Normal. No pudo ser.
Don Ernesto estaba fatigado, y quienes lo cuidaban no lo querían exponer. En el barrio estaban con una colecta para reparar el techo de la vieja casa. En el pasillo, al fondo, tras los verdes de macetas y enredaderas estaba Don Ernesto, al alcance de la palabra. Habría otras Ferias, seguro, para invitarlo. Pero no pudo ser.
La muerte les cierra a unos el ciclo, y a otros les abre una dimensión inconmensurable. Qué paradoja, el hombre que no tenía fe se perpetúa en sus letras y su imagen lo trasciende hasta lo divino. Su dios lo olvidó de sus pensamientos y sin embargo le permitió escribirlo y pintarlo libremente.
Ernesto Sábato murió en Santos Lugares, sin conocer San Nicolás.

Volver