La travesía de la Fundación Aventurarse que iniciaron en la Quiaca los hermanos Lassalle, atravesó un momento de crisis. Santiago y Sebastián se separaron para recuperarse de lesiones y del desgaste psíquico de la bicicleteada. Nuevamente juntos emprenden desde El Calafate su camino en búsqueda de Tierra del Fuego.
De su diario de viaje extrajimos estas líneas que cuentan el momento de crisis en Mendoza.
“Los kilómetros recorridos, el calor, las noches mal dormidas, la monotonía del paisaje venían dejando algunas marcas en nuestros estados de ánimos y en nuestra convivencia. Ninguno de los dos estábamos de muy buen humor y por aquellos días cualquier chispa generaba una discusión.
Así fue como llegamos a Villa Media Agua; discutiendo y peleando como buenos hermanos que somos. El diálogo se había reducido a simples miradas. La Pinta y La Cabra eran simples espectadoras y nada decían sobre lo que ocurría sobre ellas. Simplemente se limitaban a llevarnos al próximo camping donde pasaríamos la noche.
Por el bien del viaje y por el bien nuestro, aquel día Santy decidió que sería mejor separarnos unos días y darnos un poco de aire mutuamente, por lo cual decidió seguir hasta la ciudad de Mendoza en colectivo y esperar allí hasta nuestro nuevo encuentro. Discutimos también esta decisión por unos minutos pero sin duda era lo que ambos necesitábamos. Estar solos por lo menos un día. Me quedé en Villa Media Agua en un camping que hacía muy poco comenzaba a trabajar.
Al llegar noté que no había nada de sombra, el color verde del agua en la pileta daba cuentas de que aún no le encontraban la vuelta al tema del cloro, nadie sabía decirme si me podría quedar y cuanto me costaría y algunas otras pequeñeces más que me hacían dudar si quedarme allí.
Pero lo que si encontré fue una gran familia que me recibió con el corazón abierto. Apenas deje mis cosas sobre un árbol un muchacho se acerco y me invitó a matear juntos a su mesa. Me negué prometiéndole que me tiraba a descansar un rato y luego me arrimaba.
Luego de unas horas, apenas desperté, su hijo estaba a mi lado diciéndome que su papa me estaba llamando. Termine de despabilarme y dar cuenta donde me encontraba y fui al encuentro de aquel grupo.
“Carlín”, el padre de la “rata blanca”; como llamaba a su hijo, dio órdenes de que me hicieran lugar en la ronda y comenzó a invitarme con todo lo que tenía sobre la mesa. Para que se den una idea de la clase de persona de la que hablo, Carlín es de esos tipos sencillos, entradores, charlatanes, que saluda a todo aquel que pasa por su lado, con miles de amigos y con una sonrisa siempre dibujada en su rostro. Su mujer es igual, un tanto más paciente que él y se nota que lo banca mucho.
La noche nos encontró conversando y mateando hasta que de repente Carlín decidió que ya era hora de tirar algo sobre la parrilla. Nos unimos en una mesa larga junto a la familia del “Negro”, el dueño del camping y obviamente amigo de Carlín. Terminamos de cenar a eso de las 12. Hicimos una sesión de fotos todos juntos y me despedí de ellos muy agradecido por la generosidad con la que me recibieron y prometiéndoles algún día regresar a visitarlos.
Mientras me metía en mi bolsa de dormir, cerraba aquel día contento de haber conocido a Carlín, al Negro y a sus familias pero con un sabor un tanto amargo por no compartir ese día con Santy”.
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