Este fin de semana el fútbol se queda en silencio por la muerte de uno de sus actores. En la pausa contemplativa del triste suceso surgen algunas reflexiones que son necesarias expresarlas, que darlas por supuestas.
Ante las decisiones de los hombres, las más radicales, mueve la curiosidad y el morbo desentrañar cual fue clic que hizo mover el mecanismo para ser determinante en el sentido de su existencia. Es más fuerte el interés de la causa última y la observación del resultado, que hilar las instancias que fueron construyendo, o destruyendo, esa decisión.
Dice la Sagrada Escritura “Se oye la sangre de tu hermano clamar a Mí desde el suelo…” cuando se interpela a Caín sobre el destino de Abel. Pero resulta más profunda la pregunta que la antecede, “¿Qué has hecho?”.
Los colegas del árbitro Josué Pires manifestaron no tener la fuerza de voluntad y el ánimo de asistir a cumplir con sus obligaciones. La Liga entendió el planteo que inevitablemente lleva a que los clubes acaten el decisorio y no haya fútbol. Por extensión los jugadores adhieren al duelo. En las tribunas aceptan que no haya por quién hinchar.
La suspensión de la fecha deportiva hace más resonante el eco de la pérdida. Lo hace más visible.
Para que no pase en vano tendría que haber además del silencio, una reflexión. Una cuidada reflexión, no sobre las virtudes morales del que se fue, sino de las actitudes éticas de los que nos quedamos.
En la caldera de las pasiones que es el fútbol, donde desde pequeños se van forjando las personalidades y se van haciendo hábitos las actitudes, cada vez hay menos pensamiento y más temperamento.
Se esconden en eufemismos las citas en los discursos y en las acciones se desnudan las verdaderas intenciones.
Probablemente en estas apreciaciones personales algunos se sientan ofendidos y no les quepa el sayo. Me disculpo ante esos. Y ante los otros, que tienen la libertad también de expresar su molestia.
He escuchado a quienes conocían al árbitro, a los que conocían al hijo, a los que conocían al hombre y los que no lo conocían. Los he escuchado lamentarse sobre la fatal determinación, y en voz baja escrudiñar en los motivos íntimos que lo llevaron a hacerlo.
Los he escuchado antes desvalorizar su rol en la cancha, denigrar su ascendencia y dudar de sus valores.
En la vorágine de lo cotidiano se va perdiendo la perspectiva y la violencia va enmoheciendo todo. Se le pasa un trapo con lavandina y vuelve a aparecer la marca del hongo. Y en el descuido se multiplica y toma todo. Hasta la cancha de fútbol.
Es porque la actividad deportiva y social son parte de la vida. Y la vida la hacemos los hombres. Y no nos esterilizamos para actuar en uno u otro ámbito. Somos como somos, siempre.
Impregnamos los ámbitos donde nos movemos de la materia en que estamos hechos.
Para que no brote la humedad hay que rasquetear, hay que cortar con capas impermeables. Hay que esperar que fragüe y volver a pintar. Hay que hacer profundamente, no en la superficie.
Ojalá que quienes tienen el destino del deporte local puedan durante este silencio de fútbol responder a las circunstancias con oportunas acciones. Y que el clamor de la tribuna sea excelso, sea brillante. Que lleve en alto a los chico a los jóvenes y hombres que son los que hacemos las cosas. Y que en esa ambición sólo surja el ser mejores respetando al otro.
Para que entonces no haya más enconos ni egoísmos, no haya etiquetas ni categorías, no más innecesaria violencia que genera más violencia.
Que no nos quedemos lamentándonos y tengamos qué responder cuando nos pregunten, ¿Qué has hecho..?
Miguel A Devito