En el marco de la Semana Mundial por la Sensibilización Sobre la Sal, una especialista opina sobre cómo la consumimos y las maneras de reemplazarla. No se trata de dejar de consumirla, sino de incorporar hábitos saludables.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que consumir 5 gramos de sal por día, es suficiente para garantizar las funciones orgánicas de una persona adulta. Sin embargo, en la actualidad, factores tales como la disponibilidad, el costo, la variedad de los alimentos, las costumbres, los estilos de vida y los hábitos alimentarios han llevado a los argentinos a duplicar la recomendación a aproximadamente 12 gramos diarios.
De la mayoría del sodio que se consume habitualmente en nuestro país, aproximadamente el 70%, proviene de los alimentos procesados, que han sido alterados de su estado natural de manera industrial o artesanal ya sea por cuestiones de seguridad o conveniencia para fines comerciales. Ejemplos de estos alimentos son: envasados en general, enlatados, congelados, panificados, embutidos, productos de copetín o snacks, etc. Colaboran también al elevado consumo de sal los alimentos preparados en restaurantes, rotiserías, puestos de comidas rápidas y deliverys. Entre el 10 y 15 % del consumo proviene de alimentos naturales como frutas, verduras, legumbres y carnes frescas, y solo el 15 % restante de la ingesta de sal ingerida diariamente proviene del agregado en la mesa o al cocinar.
Es muy importante recalcar que el consumo de sal es necesario e imprescindible para cumplir con las funciones celulares del sistema nervioso, cardíaco y renal, entre otros. Cuando nos falta, se activan mecanismos en nuestro organismo para recuperarlo que a largo plazo pueden traer efectos perjudiciales para la salud. Sin embargo, el consumo excesivo de sal es un importante factor de riesgo para enfermedades como la hipertensión arterial, la obesidad, las enfermedades renales y sus complicaciones como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y los accidentes cerebrovasculares. En dichos pacientes, con diagnóstico clínico de necesitarlo es importante reducir el consumo de sodio, pero bajo ningún punto de vista es una recomendación que se pueda generalizar a toda la población.
La mayoría del sodio que se consume habitualmente proviene de los alimentos procesados o industrializados, donde los consumidores no tienen participación ni conocimiento sobre la cantidad de sal agregada. En este contexto, y durante estos días en los que se pone de manifiesto realizar una concientización para disminuir el consumo de sal en la población y no excedernos de las recomendaciones saludables, no alcanza con promover cambios a nivel individual sino que son necesarias políticas de salud pública que promuevan el acceso igualitario a alimentos saludables y que permitan reducir en forma progresiva el contenido de sodio de los alimentos procesados.
Con respecto la ingesta dietaria, sólo los pacientes con la indicación precisa de su médico deben reducir su consumo, realizando un plan alimentario hiposódico que cambiará la evolución de su enfermedad y retardará la aparición de las complicaciones de la misma.
Siguiendo con la línea de recomendaciones, es muy importante realizar cambios en los hábitos que puedan sustentarse a lo largo del tiempo y bajo ningún modo es la abolición total del consumo de sal en todos los grupos poblaciones. Es importante recalcar que la incorporación moderada de cada uno de los grupos de alimentos es el cambio que necesitamos, sin generar prohibiciones insustentables en los que no lo necesitan y ayudando a realizar reducciones en aquellos que realmente encontraran un beneficio para su salud.
Por Virginia Busnelli
Médica especialista en Nutrición. Directora Médica de CRENYF.