Los militantes del Movimiento Evita mantienen diversos merenderos y en barrio San Pablo inauguraron un centro de formación de oficios. Rescatan de entre sus beneficiarios la historia de un cartonero que refleja su realidad diaria
En el Local del Movimiento Evita, los diferentes frentes se preparan para dirigirse a barrio San Pablo, precisamente a calle Reinoso 422, donde Damián Molina (a cargo de la franja de la CTEP que integra el Evita) inaugura un Centro de Formación de Oficios que nucleará los beneficiarios del Salario Complementario obtenidos por medio de la aprobación de la Ley de Emergencia Social.
Estaban los militantes en el preparativo para dicha Jornada cuando golpean las manos en el local del Movimiento Evita en Rivadavia 144. Un cartonero pregunta por la jornada, pregunta por cartones y entre mates ligeros cuenta su vida.
José Luis, corazón de cartón.
José Luis Olivares tiene 45 años y vive en barrio San Francisco, más precisamente en Davel 221. Es padre de 2 hijos y “cartonea” para comer. Su esposa y sus hijos, saben nada de José Luis que sobre él sabe muy poco. Sabe que la vida lo trato muy mal y sabe que nació de un padre que sólo conoce por foto, por una foto ajada que saca del bolsillo trasero de su pantalón de trabajo. Nació en San José, Mendoza y vino a San Nicolás a los 9 años y se instaló con su madre en una casilla frente a la plaza en barrio Güemes. Sólo recuerda un breve paso por Salta y unos colores sobre una montaña.
-Jujuy – le digo.
- no- me dice. Y continúa.
-en Jujuy aún vive mí padre, es un hombre grande, una amiga de mí madre me dijo que aún vive allá, en Jujuy-
José Luis lleva en su carro una pila de cartones, algo de mercadería y el pecho lleno de dignidad.
Sospecho que no sabe ni leer ni escribir. No me contestó cuando le pregunté por la escolaridad de sus hijos. No quise insistir. Cae una llovizna fina pero la mañana está oscura como si fuera de noche. Tengo en el bolsillo dos bizcochos 9 de Oro que cuando los aprieto me hace pensar que quizás José Luis no desayunó, ni hoy, ni hace mucho tiempo. Entro y salgo con cartones y lo que resta de los 9 de Oro. Me siento un miserable. Pero después viene el consuelo burgués de decir “no puedo hacer más de lo que estoy haciendo” (me miento para que se me vaya la amargura y el acidez de estómago)
-¿Hay negocios que te guardan el cartón?
-Sí, tengo un recorrido hecho, por ahí llego a hacer todo el recorrido, pero tengo un problema en la espalda, hay veces que me duele mucho a mitad de camino, entonces me voy hasta calle Falcón a vender el cartón que te pagan 20 centavos más, te pagan 1,40 centavos el kilo
Pedalea desde las seis de la mañana hasta las doce del mediodía, llega a su casa con el dinero para el almuerzo: 80 pesos, 100 cuando le va muy bien y la espalda no lo abandona.
-la gente igualmente me ayuda, siempre me ayudó, fijate acá tengo mercadería-
-no José Luis, este es tu trabajo, esto lo haces vos- Una sonrisa se le prende y se le apaga en el rostro con la brevedad de un fósforo.
Se sube a su bicicleta despintada y se va como un rayo bajo la mañana oscura que deja caer una llovizna y vuelve marrón el horizonte de la ciudad. Pareciera que el Río Paraná se montase sobre las pupilas de los que aquí vivimos. Ahora José Luis dobla la esquina y yo me quedo pensando cómo será su casa, el fuego, el calor que calienta a sus hijos.