Por Melisa Sabatini
La semana pasada se conocía a través de los medios de comunicación, que el colegio San Antonio de Padua, en Merlo, cambió de clase a un menor con Asperger tras la presión de los padres de sus compañeros.
Mayor indignación generaron los mensajes de los padres en su grupo de whatsapp. La tía del menor expulsado realizó una captura de pantalla de las conversaciones y la publicó en redes sociales.
Se leían expresiones como: “-¡Al fin una buenísima noticia. ¡Era hora de que se hagan valer los derechos del niño para 35 y no para uno solo!” “-Qué bueno para los chicos! Que puedan trabajar y estar tranquilos” “-Un alivio para los nuestros. Ahora esperemos se haga oficial”.
La noticia despertó el malestar de muchos por la actitud tan egoísta como discriminadora, que habla claramente de la sociedad de la que formamos parte.
Pero entre tanto enojo y dolor, emergen cosas buenas. Que merecen ser noticia y compartirse porque también hablan de nosotros.
Patricia Godoy es la mamá de Mirko, un niño con leve retraso intelectual y dispraxia generalizada con mayor predominio del habla. Asiste desde Jardín al Colegio de la Ciudad de San Nicolás y ya cursa el 6º grado.
Cuando esta mamá leyó la noticia lo primero que hizo fue tomar el celular y escribir en el grupo de whatsapp que comparte con las mamás de los compañeros de Mirko:
“Desde el viernes que vi la noticia y hoy fue tema en la TV de discriminación por parte de padres hacia un niño diferente he pensado en los años de Mirko con sus hijos. Siempre digo que los niños son los primeros en incluir y adaptarse, pero si los adultos ya sea docentes o padres no acompañan y dan ejemplo no sirve de nada. Yo estoy muy agradecida por ustedes, porque siempre acompañaron a sus hijos, porque les inculcaron valores con el ejemplo y la palabra, son niños que crecieron con la diversidad, niños que tuvieron paciencia, que vieron como Mirko se ha esforzado y lo celebran (…) Me siento feliz y quisiera que otros padres como yo pudieran tener la misa oportunidad. Y no ser noticia por el dolor de ser discriminados”.
Las respuestas no tardaron en llegar:
- “Siempre digo que lo que más me gustó del Jardín es que estuviera Mirko, que gracias a él, ellos aprendieron muchísimo y nunca van a discriminar a nadie”
- “Nosotros aprendimos con Mirko y cuando llegó Santi (mi sobrino que tiene autismo), ya teníamos la mitad del camino transitado y fue mucho más sencillo entender”
Lograr la inclusión no es trabajo de un día. Pero tampoco es algo nuevo. Trabajar en la empatía e informarnos es fundamental para que casos como los de Mirko se repitan, se contagien, se celebren.
Tanto padres como niños entendieron que en el intercambio de experiencias distintas uno se enriquece. Pero para ello, primero tuvieron que querer, que interesarse, que ponerse en los zapatos del otro.
La educación inclusiva no demanda sólo la atención del gobierno o autoridades, también requiere de la tarea de padres, del entorno, de la comunidad y por último, de los niños.
Por Melisa Sabatini