Cansado, de aspecto fatigado y con palabras que no se condicen con lo que sus gestos nos trasmiten, con esa disociación a la que obliga la necesidad, entre lo que se debe trasmitir y lo que efectivamente se piense, sea lo que esto fuere. Así se lo vio al presidente de la Nación en las últimas apariciones públicas, en las que intenta infundir ánimos frente a la coyuntura económica que lejos de traerle buenas noticias, día a día se complica un poco más.
Todos saben que esta errante política económica termina complicando el panorama social, y por ende el político. Lo que hasta hace pocos meses era una predicción aceptada por casi todo el espectro político y especializado, la continuidad del proyecto político de Cambiemos, que alcanzó el punto culminante en la derrota que le inflingió a la principal referente opositora, la ex presidente Cristina Fernández en las elecciones legislativas del año pasado. De esa idílica victoria a este penoso presente se han sucedido para la coalición gobernante fenómenos difíciles de explicar; pero eso sí en una dirección constante: hacia abajo.
El gobierno del ingeniero Macri ha entrado probablemente en la más difícil de sortear de todas las crisis que podían caerle, la crisis de confianza. La evidente crisis económica, visibilizada con los datos que proporciona un recuperado INDEC, nos hablan de caída del consumo, caída de la producción, un aumento de la tasa de desempleo, un dólar desbocado y una inflación como hace décadas no se veía en la Argentina, indudablemente el presente no es el que se iniciaría luego de la lluvia de dólares que caería sobre el fértil terreno del mentado “segundo semestre”, que al igual que la línea del horizonte parece alejarse cuanto más se avanza. Pero el malestar social con el gobierno de Cambiemos trasciende la esfera de lo económico.
Indudablemente quienes hicieron uso de la “opción ética” en la elección de 2015, dando carta blanca a una formación política que declamaba una manera diferente de entender lo público y como vincularse con ello, recuperar las instituciones republicanas y dotar de transparencia a la gestión, habían sido ejes muy presentes en aquella campaña electoral. Pero es precisamente en este 2018, aunque no excluyentemente, donde este contrato moral entre la dirigencia de Cambiemos y una importante parte de sus votantes entró en conflicto; desde la incomprensible presencia aún en el ministerio de Trabajo de la Nación de Jorge Triaca (h) protagonista de un conflicto laboral con una empleada que manifestaba revestir condición laboral “en negro” y contratada de manera llamativa por el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) que por ese entonces conducía en carácter de interventora la actual senadora Gladys González (PRO) y protegidos (ambos Triaca y González) por la sombra de Jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña quien manifestó oportunamente que eran buenos funcionarios que cometieron errores.
La sumatoria de denuncias por incompatibilidades, los dineros no declarados en el exterior, las presiones a otros poderes del Estado, y una larga lista de situaciones reñidas con la pretendida y autoproclamada “restauración republicana” que Cambiemos ofrecía en el menú electoral han generado la actual crisis económica, que antes es política y cuya solución será política o no será.
El gobierno del Ing. está a tiempo de virar, pero requerirá darse un baño de humildad y reconocer el fracaso de la línea interna que encabeza sus “ojos y oídos”, su sátrapa para decirlo en el idioma persa. No son sólo los mercados financieros, quienes reclaman cambios de fondo, encerrarse en esa escueta visión de la actual coyuntura es fallar en el diagnóstico; los sectores sociales que apoyaron el presente proyecto político también reclaman esas modificaciones de base justificadas a la luz de los resultados económicos y morales, o la política de la coalición gobernante reacciona y actúa en consecuencia o a la pendiente sólo le queda volverse más pronunciada.
*Sebastián Arias, Licenciado en Ciencia Política (UNR)