Interes General
27/01/2009 - 21:43:15



Lluvia después de ruego al cielo


La jornada del martes será considerada histórica en la memoria de la gente del campo. A las escasas lluvias de los últimos días se sumó un importante precipitación sobre el borde mismo del tiempo en que las siembras corrían peligro. En la zona de Morante, a 10 km de Godoy, Santa Fe, aducen que fue un regalo de San Vicente Ferrer.
La frente arrugada por todos los años de buenas y malas no dejan de otear el horizonte y tratan de descifrar sus signos. En el puño se pierde la medallita manoseada últimamente más de la cuenta. Antes que se le escape una blasfemia Raúl mira el piso polvoriento y asimismo se dice “No me fallés Vicentito, no me fallés...”
La mujeres fueron las que encararon la procesión hasta el arroyo. Tal vez cansada de hincar las rodillas en el reclinatorio del histórico templo. Bajaron de su pedestal al santito como antes lo hicieron sus abuelas. Hacía mucho tiempo que no se pedía por lluvia con tanto fervor. Mientras cantaban y rezaban caminaron bajo el sol calcinante y mojaron los pies de San Vicente en el hilito de agua del arroyo. En la costa las huellas de los animales marcan el fin de la procesión para calmar la sed. La vuelta no fue mucha más esperanzadora que la ida. A San Vicente lo depositaron de nuevo en su lugar, y se retiraron ofreciéndole una última mirada.
En menos de una semana algo más de 50mm de lluvia fue la respuesta primera. Ahora esperan al menos que el santo haga llover una vez más.

En 1779 Juan Pereda y Morante fue designado alcalde de la Villa del Rosario, con una jurisdicción que se extendía desde el río Carcarañá hasta el arroyo del Medio. Morante contaba desde 1750 con una merced de tierra, cedida por el Virrey, que iba desde el arroyo del Medio hasta el Pavón. Su esposa, Antonia del Pozo y Ximénez, fundó un oratorio en las cercanías del casco de la estancia, a la vera del camino Real de Buenos Aires al Alto Perú. Como era costumbre hispana, el oratorio llevó el apellido materno de su esposo. Para su mantenimiento cedió tierras a familias humildes, las cuales entregaban parte de su producción para los arreglos.
No se conoce la fecha de construcción. Su reconocimiento oficial data de 1826 y tuvo arreglos en 1862 y 1902. La fachada, sencilla y sin atributos decorativos, tiene una espadaña. En su interior, merecen verse el altar de la Virgen de los Remedios, el retablo del Niño Jesús, trabajado con varillas de madera ensambladas, y un pequeño Museo en la sacristía. Ahí se encuentra la imagen de San Vicente Ferrer.

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