Hace una semana, la dinámica política argentina sumaba un nuevo episodio a un proceso electoral que no nos deja de dar señales de asombro. A una diferencia en votos a favor del precandidato presidencial del Frente de Todos que asestó un golpe de magnitud no esperada en las filas oficialistas y el consecuente derrotismo que cundió en las filas de Juntos por el Cambio, se le sumó una cuasi espontánea y multitudinaria marcha a la histórica Plaza de Mayo. Era el 24A. Convocada por redes sociales, con muy poco o nulo apoyo de descreídos miembros del gobierno, un par de actores y directores enrolados en la militancia del espacio oficialista, llamaron a sus partidarios a demostrar que no están aún vencidos, que las elecciones que definen cargos son las de octubre y que existe un universo de aprox 8 millones de votos que pueden dar vuelta la historia. Así como nadie previó la derrota del domingo 11, nadie previó la multitud que se reunió en plazas de todo el país con epicentro en la Plaza de Mayo, fue un movimiento popular e inesperado para una dirigencia que aún no se recuperaba del shock electoral y que atónita salió a la balconada de la Casa Rosada para reecontrarse con su electorado. Un nuevo capítulo se abría, era momento de cerrar el duelo y reorganizar la campaña, el tiempo apremiaba, pero quizás esa histórica Plaza de Mayo podía volver a convertirse en la Plaza de la Victoria. Macri volvió a creer que podía ir por la épica y por ella fue.
Mientras en el universo de Juntos por el Cambio empezaban a verse los brotes verdes de lo que podría tenerlos como históricos protagonistas, luces amarillas se encendían en los Headquarters del Frente de Todos, tanto en las oficinas albertistas de calle México, como en la sede de la intelligentsia K, el Instituto Patria; habían recibido un golpe allí donde el peronismo se cree invulnerable: la calle. La demostración de fuerza en ese territorio es algo que siente como propio, como constituyente de su ser, son ellos y no otros los pretendidamente herederos de aquella pueblada del 17 de octubre de 1945. Conocen bien el impacto anímico que esas manifestaciones, cuando son auténticas, poseen. El ánimo se contagia y quien se sentía derrotado puede querer dar pelea y con ello obligar a reprogramar la estrategia pensada luego de una excelente elección como la de las PASO.
De esta manera, pudimos observar, como el tono conciliador y moderado que Alberto Fernández había tenido en las semanas anteriores, dieron paso a un discurso más confrontativo, no con Macri en particular, sino generando incertidumbre acerca de las medidas de un eventual gobierno por él encabezado. Como hemos sostenido en comentarios anteriores, la amalgama ideológica y de diverso peso político de los espacios que conforman el Frente de Todos es lo que da con justicia, razón a la existencia de incertidumbre. Se preveen disputas entre un candidato sin base territorial, ni militante que detentaría la primer magistratura y la duda será si acabará como un Adolfo Rodríguez Saá, quejándose por cadena nacional y desde San Luis, del vacío de poder que le habían hecho aquellos que le prestaron sus armas (gobernadores) para ocupar el rivadaviano sillón; o podrá como Néstor construir su propio espacio de poder y gobernar con un margen amplio de autonomía; hoy sólo es el primus inter pares, y habrá que ver si al igual que los medievales monarcas, logra vencer la voluntad de los señores feudales e imponer la suya. Esto viene a colación de que no es a las históricas posiciones de Alberto Fernández lo que se teme, sino cuanto de albertismo habrá en las mismas.
El politólogo checo, Karl Deutsch sostenía en la interacción entre la economía y el sistema político, éste garantiza ciertas ciertas expectativas confiables, como ser el valor de la moneda, la reglamentación o la preservación de los contratos. Es decir, la política garantiza con sus matices un núcleo de institucionalidad y continuidad, en definitiva certidumbres para que el sistema económico mantenga el sendero del crecimiento. Las declaraciones de prominentes miembros del Frente de Todos, como son la ex presidente o el el ex juez de la Corte Suprema de Justicia, Raúl Zaffaroni acerca de la conveniencia de una reforma constitucional en un corto plazo, provocan necesariamente la reaparición de viejos debates que solo contribuyen a aumentar esa incertidumbre y con ella la inestabilidad financiera y cambiaria. Aquí nos detenemos un minutos, pues si bien la responsabilidad de gobernar hasta el próximo 10 de diciembre corresponde al Ing. Macri, cualquier declaración de la oposición, la cual no está lejos de acceder al poder, compromete el accionar de otros actores más centrales o más periféricos del sistema económico. Supongamos que Alberto Fernandez, favorito de cara al próximo 27 de octubre emita declaraciones tales como “en caso de triunfo, cerraremos completamente la economía, haremos una alianza estratégica con La Habana y Caracas y romperemos todo vínculo con Washington y Brasilia”; esto provocaría una estampida, no sólo de capitales extranjeros, sino sin dudas también de argentinos y no porque ya ocupe el poder, sino porque sus chances de hacerlo son altas y por lo tanto su palabra es tenida en cuenta y no es sensato compararse con Del Caño o Gomez Centurión, que aunque han representado un digno papel sus probabilidades de ocupar Balcarce 50 en este 2019 son sumamente remotas o quiméricas y por lo tanto las mismas expresiones en estos últimos no se reflejarían de la misma manera en el actuar de los agentes económicos y sociales.
Estas situaciones no son desconocidas para el ex Jefe de Gabinete de Néstor, sabe de la trascendencia de sus acciones y omisiones, y las utiliza. El 24A encendió las alarmas y hubo respuestas, en las calles y en los medios. Alberto ya no era el mismo, y su moderación fue dando paso a un político más combativo, afectando a otros actores que actúan movidos por la cobarde naturaleza del capital y obligando a Mauricio Macri a tomar medidas de dudosa efectividad en el corto plazo. Sabe Alberto, que si la situación económica no se estabiliza será milagrosa una recuperación de votos del oficialismo. Las consecuencias de la incertidumbre siempre son, los pobres, el hambre: víctimas colaterales que se están dispuestas a ofrendar a cambio de un futuro mejor, claro, para aquel que sobreviva.
SECCIÓN COLUMNISTAS | Lic. Sebastián Arias