Interes General
13/09/2019 - 11:59:38



Columna del Padre Matías: Digno hasta la tierra


En la columna pasada reflexionamos sobre la dirección de nuestra mirada en tiempos de crisis. Hoy, quiero profundizar en este aspecto: Cómo y desde donde miramos.

Reza en mi alma el eco de la tragedia de un pibe de 31 años asesinado a sangre fría bajo el techo que muchas noches lo refugió: el cielo abierto, con luces naturales para una noche tan oscura como la indiferencia y hasta la misma muerte.

Cuando miramos desde este lado de la vía, sólo se ven pibes perdidos por gusto y placer, vagos, atorrantes, chorros, drogones, borrachos, sucios, indigentes, negros y malandras. Y allí suele quedarse la mirada sin poder ir más allá de la propia nariz, siendo el más allá, el lugar adonde no miramos con frecuencia, y es más, si lo observáramos de verdad, nos provocaría dolor, y en estos tiempos, a modo de mandato, todo lo que duele debe ser evitado, como si en este mundo sólo se nos permitiera sacar partido de las cosas placenteras y agradables a los sentidos.

Hoy quiero mirar y contemplar la noche del dolor de tantos hermanos y hermanas, a quienes la indiferencia social y la mirada de reojo, los lastiman, los hieren y los marginan.
Ni vos ni yo somos los culpables pero sí, en mayor o en menor grado, “responsables”. Responsables?
El significado de las palabras muchas veces nos despiertan el sentido verdadero de las cosas. Responsabilidad es una de ellas, y nos ayuda a buscar la dirección de la mirada.

Responsabilidad es la actitud y aptitud para responder con habilidad ante las diferentes circunstancias que se nos presentan. Se responde con habilidad ante dilemas personales, ante acontecimientos comunitarios y ante situaciones también que contienen ambos componentes: de la vida personal y de la vida social.
Y que tiene que ver la muerte de un pibe de 31 años asesinado a sangre fría con nuestra responsabilidad? Todos somos parte de un “nosotros” que podría también definirse como la familia humana, bajo el techo de una misma casa común: todo lo creado, para mí, para vos, para nosotros.

Y es allí donde ya no podemos desentendernos tan fácil, tras las excusas que sólo nos sacan los dilemas de los otros de encima, sin dar alguna respuesta esperanzadora. Todos podemos hacer algo. Siempre!
Cuando noticias como éstas nos arrebatan la paz interior, el pesimismo se adueña de un lugar que no ocupa a diario, pero que es capaz, ahí, en el aquí y ahora, de desarmarnos el entusiasmo por vivir. Y es ahí donde es imposible no mirar hacia el otro lado: ya no del otro lado de la vía, sino desde acá, desde el lugar de los marginados, puestos más allá del margen de “los estribos sociales aceptados”.

Y es desde esa perspectiva que se observa, como por fuera de un “nosotros común”, que hay un montón de pibes a los que el alcohol les abrió las puertas para que la droga hiciera el estrago más grande en sus vidas: ocupar el lugar de la palabra por decir, del dolor por compartir, de los sueños destrozados.

Se me hace imposible mirar para otro lado, cuando las circunstancias requieren de nosotros habilidad para responder a las necesidades de ellos, no tenidas en cuenta por las políticas públicas, o apenas vislumbradas de manera tan débil ante una artillería tan potente. Pero sin caer en la crítica vacía de compromiso individual, la actualidad requiere de un compromiso social, y allí es adonde todos somos estado.

La droga está acallando a nuestros jóvenes y adultos, y es allí donde quizás haya algo por hacer, propiciando espacios vitales de expresión, para que ése, que parece estar por placer allí en medio del naufragio adictivo, pueda alzar su voz y sanar. Sí señores, sanar, porque no es imposible. Hay una decisión interna necesaria, pero también un contexto social comunitario necesario para que se produzca el encuentro entre la voluntad personal y los medios y estrategias de sanación.

Con esto quiero decir: un contexto social comunitario que en medio de tanta marginación, pueda visibilizarlos entre la estigmatización y el abandono, para ponerse en acción y comenzar a construir un proceso de sanación integral.

Y a ese contexto lo conformamos todos, sin exclusión alguna. La única exclusión posible, es la que deviene de cada decisión, como la mía o la tuya, la de ellos o la nuestra. No hay opción para contribuir a la paz social que no sea pensarnos en conjunto y no como seres aislados; únicos e irrepetibles sí, pero nunca aislados.

En ese instante, en el que nos pensamos comunitariamente, es cuando el dolor ajeno se vuelve nuestro, y comienza un movimiento de colaboración mutua, un entramado en red que nos hace grandes y nos vuelve fuertes como sociedad.

Desde la “doña” que abre su puerta ante el golpe del necesitado, pasando por las organizaciones de lucha y abordaje de esta problemática, hasta la decisión política del gobierno de turno y de cualquier familia partidaria, somos parte de un todo, el todo que formamos TODOS.

Con conciencia de familia alzamos los restos de ese joven con sus sueños arrebatados por la muerte, con la mochila de errores reconocidos y aceptados pero también con proyectos; de esos que, aunque parezcan chicos, son los que mantienen con vida a cualquier ser humano. Y lo alzamos, lo acompañamos hasta el final: porque todos tenemos derechos, y nadie es sujeto de indignidad por más margen en el que haya vivido. Digno hasta la tierra, sus restos descendieron, pero todo su ser se elevó de una vez y para siempre, para atravesar los umbrales donde se encuentra la verdadera libertad e igualdad: la que se vive ante los ojos de Dios.
Cierro con palabras sabias de quien supo cruzarse de vía y jugárselo todo: “Debemos llenar de amor los surcos, que tan llenos de odio y de egoísmo, dividen a los seres humanos”. Don Orione.

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