La Fuerza Aérea Argentina es la materialización concreta de la visión de un conjunto de personas adelantadas a su tiempo, que a principios del siglo pasado avizoraron el potencial que tendría el dominio del aire en el devenir del mundo moderno, y la consecuente necesidad de nuestro país de poseer los medios necesarios para lograr el control de sus cielos.
El 10 de agosto de 1912, el presidente de la Nación, Dr. Roque Saénz Peña, firma el decreto de creación de la ¨Escuela de Aerostación y Aviación Militar¨, en una época en que el empleo estratégico del avión con fines militares en la resolución de conflictos se encontraba lejos de ser una realidad en el escenario de la hegemonía mundial.
La antesala y el desarrollo de la I Guerra Mundial a principios del siglo XX son el escenario de experimentación del medio aéreo a través de su empleo en misiones de reconocimiento aéreo y bombardeo. Pero las aeronaves de esta época no contaban todavía con las características que con el tiempo fueron definiendo su preponderancia en combate: alcance, capacidad de carga, flexibilidad, maniobrabilidad, penetrabilidad, precisión, velocidad, versatilidad.
Sin embargo, la proyección de su empleo en el conflicto bélico da lugar al avance de nuevos paradigmas y tecnologías que dan cuenta de la irrupción de la doctrina del poder aéreo en la estrategia militar.
En Argentina, la aparición de la primera entidad integradora del conocimiento y empleo de la aviación militar, fuera del ámbito de lo deportivo o de recreación, marca el inicio de la aviación militar argentina. El lugar donde habría de instalarse el nuevo Instituto de Formación era un terreno perteneciente al Segundo Grupo de Artillería a Caballo, ubicado en El Palomar (provincia de Buenos Aires), cedido para el nuevo emprendimiento.
El parque aéreo se fue completando con las generosas donaciones realizadas por la ciudanía argentina: suscripción publica, funciones benéficas de teatro, festivales aéreos en Villa Lugano, concursos de dibujos alusivos, emisión y venta de un millón y medio de tarjetas postales- a un costo de veinte centavos cada una- y regalos desde los más diversos lugares. Todo esto sirvió para comprar tres aviones y pagar tres meses de sueldo para el piloto instructor, saldo que ayuda a abonar una empresa tabacalera de la época, como todo el parque aerostático del Aero Club Argentino.