Interes General
25/09/2022 - 14:48:15



Homilía de Monseñor Hugo Santiago, Obispo de la Diócesis


“Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. (Lc. 2,51)

Escuchar

Escuchar es signo de amor, es decirle a alguien: “tú eres importante para mí”, por eso te escucho; también significa regalarle mi tiempo al otro, hacerme cargo de lo que me quiere decir, y eso también es signo de amor, como hacía María con la Palabra de Dios: la escuchaba y trataba de desentrañar su significado, qué le quería decir Dios, como cuando en la anunciación el Angel le dice que va a ser Madre de Dios; ella pregunta ¿cómo será esto si yo no conozco varón? El Ángel le dice que concebirá por obra y gracia del Espíritu Santo. La Virgen cree, asiente y le responde al Ángel: “Que se haga en mí según tu palabra” y Dios se encarnó en Ella, se hizo uno de nosotros, se hizo compañero de camino para salvarnos. Gracias a la escucha de María, Jesús nos salvó.

Por eso, escuchar la Palabra de Dios, todos los días, tratar de desentrañar su significado, qué nos quiere decir Dios, guardarla en nuestro corazón como hacía María, creerle, es un acto cotidiano de amor a Dios, hace que Jesús entre en nuestro territorio interior y vaya iluminando nuestra mente, animando nuestro corazón, abriéndonos a los demás.

También tenemos que pensar que Dios en la oración nos escucha a nosotros cuando estamos afligidos y le decimos: “Señor, consuélame que estoy triste”, cuando estamos enfermos y le pedimos la salud y le decimos: “Señor, sáname”; cuando se nos han roto vínculos íntimos y le decimos: “Señor, reconcílianos”; cuando nos hemos quedado sin trabajo y le decimos; “Padre, dame el trabajo para tener el pan de cada día para mí y para mi familia”. El Padre del Cielo que es misericordioso, que hace salir el sol sobre malos y buenos, nos da ánimo, nos sana, nos reconcilia y hace que consigamos el pan cotidiano. Todo lo hace por medio de María, porque así lo ha querido. Por eso nosotros le pedimos todo eso por medio de María.

Los hombres escuchamos a Dios y a María porque no vivimos sólo de pan, sólo de las cosas materiales, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios y necesitamos alimentarnos de esa Palabra como necesitamos el pan material. Por eso cuando muchos dejan a Jesús porque no entendían su palabra, él les dice a los apóstoles: “¿Ustedes también quieren irse?” y Pedro le contesta: “¿A dónde iremos, Señor, si solo tú tienes palabras de vida”.

Nosotros, como Pedro, estamos llamados a experimentar lo mismo; que la Palabra de Dios tiene capacidad de ser luz de nuestros ojos, fuerza de nuestros pasos, remedio de nuestros males, auxilio en toda necesidad y entonces responderle lo mismo: “Señor, a donde vamos a ir, no hemos encontrado una persona como la tuya, que nos hace experimentar el amor de Dios, que nos renueva, que nos devuelve la esperanza.

Por eso venimos a visitar a la Virgen

Venimos a ver a la Madre como los pajaritos van a los árboles, cuando están heridos o quieren fecundar, venimos cansados del camino, heridos, enfermos y dispersos, porque sabemos que Ella, en el nombre de Dios y como Madre, nos sana las heridas, ayuda a curarnos de nuestras enfermedades, nos reúne, nos reconcilia, nos prepara la comida de Jesús, se alegra y nos invita a hacer fiesta porque de nuevo nos reúne como hermanos y como familia.

Desde su intuición femenina y materna, como en las Bodas de Caná la Virgen se ha dado cuenta que en la fiesta de bodas, los novios se han quedado sin vino y le pide a Jesús que anticipe el milagro y cambie el agua en vino, hoy la Virgen nos mira a nosotros sus hijos, lastimados por la vida y le dice a Jesús, mirá que están heridos, se han quedado sin amor, sin ternura, hacé el milagro, renová el amor en sus corazones, volvelos a vincular, haceles experimentar la alegría de vivir, de ser hermanos.

Jesús hace el milagro y entonces se arma la fiesta, brota la alegría como experimentamos en este momento al estar en la casa de nuestra Madre y vivir una fiesta de hermanos. Por eso hacemos fiesta, por eso cantamos. Hoy el Santuario de María del Rosario se hace “posada”, lugar de descanso, lugar donde reponemos las fuerzas para continuar el camino; como cuando vamos a la casa de nuestros padres, llegamos, comemos juntos, renovamos la alegría, nos damos un abrazo entre nosotros, y un beso agradecido a nuestros padres que nos dan todo sin pedirnos nada, y luego volvemos renovados a nuestra vida cotidiana.

La despedida tiene una encomienda

La diferencia es que la despedida de la casa de la Madre se hace misión. Ella y Jesús nos dicen: “Después de esta fiesta y alegría familiar, cuando vuelvan a su vida cotidiana, comuniquen en sus ambientes lo que aquí han recibido. Como han sido tratados por mi Hijo y Yo, traten a los demás; sean luz de los que no descubren un sentido a esta vida; sean compañeros de camino y fuerza de los que sufren, sean remedio fraterno de los que están heridos, auxilien a quienes necesitan ayuda.

La Virgen nos dice: “Como Madre me duele que el mundo que viven se haya vuelto pragmático y deshumanizado, me entristece que se mida a las personas no por su dignidad sino por lo que producen y entonces se descarte a los ancianos porque no producen. Recuérdenles a esos ancianos que Dios no se ha olvidado de ellos, que todos tenemos una misma dignidad y que Dios los ama. Díganle a la sociedad, que los ancianos deben ser integrados en la familia porque tienen la sabiduría de la vida vivida y le pueden dar mucho a sus hijos y a sus nietos.

En un mundo que genera niños huérfanos, por la disolución familiar o porque papá y mamá, con doble empleo no tienen tiempo para estar y dialogar con sus hijos, díganles que no hay nada más grande que dar a luz y formar a una persona humana, por eso me he dedicado a acompañar a mi Hijo desde Nazareth hasta la cruz; sean presencia, escucha y compañía de sus hijos, porque en eso consiste la paternidad y la maternidad; recuérdenles que en cada hijo hay un proyecto de Dios.

En un mundo en el que las relaciones humanas se han puesto violentas y confrontativas, sean mensajeros de paz, busquen la unidad y la reconciliación de las personas, trátense con cordialidad y ternura; hagan la revolución de la ternura.

En un mundo donde la indiferencia se ha globalizado, vivan la percepción, que es el sentimiento que una madre tiene con su hijo, que sabe no solamente que llora sino que descubre también por qué llora y le da con exactitud lo que necesita.

Sean artífices de una “ecología humana”, humanicen la relación entre las personas, háganla cordial, desarrollen la capacidad de ponerse en el lugar del otro, integren a los más débiles y vulnerables, trabajen por el bien común, cuiden la creación, recen y enseñen a rezar al Padre del cielo, que quiere que hagamos un cielo nuevo y una tierra nueva.

María nos hace experimentar la alegría de ser familia y nos envía a integrar a muchos hermanos para que la fiesta sea mayor. ¡Viva la Virgen!!

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