Por Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (Mc 1, 40-45)
“Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: ‘Si quieres, puedes purificarme’. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Lo quiero, queda purificado. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: ‘No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio’. Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes. Palabra del Señor.
La lepra y la soledad
El Evangelio nos presenta a Jesús curando a un enfermo de lepra. El desafío de esta enfermedad, que en el tiempo de Jesús era incurable, no era simplemente el daño físico que producía en el enfermo sino el aislamiento social al que debía someterse el leproso por lo contagiosa que es esa enfermedad y, entonces no podía convivir ni siquiera con sus familiares, por eso estar leproso era un signo claro del hombre alejado de Dios y apartado de la comunidad de salvación. Por eso la curación que Jesús hace del leproso significa que lo libra del alejamiento de Dios y del aislamiento de la comunidad. Es inevitable no comparar esta situación con la que vivimos hoy debido a la crisis de vínculos que se ha extendido como una lepra dejando solas y tristes a muchas personas.
Jesús nos indica los remedios
Por otra parte, Jesús cura las enfermedades físicas como un signo de que ha venido a sanarnos de “enfermedades espirituales y psíquicas” causadas por el mal moral que la Biblia llama “pecado”, que son enfermedades tanto más dañinas y dolorosas que las del cuerpo. Las diversas tensiones sociales que vivimos ponen a prueba nuestra capacidad de vincularnos, incluso con los seres más queridos; la crisis vincular se va extendiendo como una lepra o una pandemia con su carga de soledad, tristeza y aislamiento, por eso es bueno mencionar cuales pueden ser los remedios para sanarnos y volver a vincularnos de manera agradable y edificante. Mencionemos uno.
Palabras que comuniquen
Es bueno tomar conciencia de que nos comunicamos con todo el cuerpo: palabras, gestos, símbolos o miradas; nuestro rostro enrojecido o nuestros silencios prolongados, por ejemplo, suelen ser más elocuentes que mil palabras, incluso nos comunicamos de manera inconsciente, sin que nos demos cuenta. Detengámonos un momento en el modo más común: la palabra. Las palabras van acompañadas por nuestro estado de ánimo y por nuestra afectividad; por eso las personas sordas viven una gran soledad, no sólo porque no escuchan las palabras, sino porque perciben menos el afecto que las acompaña cuando son signos de amor. Nuestras palabras pueden herir o sanar; edificar o destruir; orientar o desorientar, alegrar o entristecer. Por eso, para que nuestra palabra sea un medio de comunicación que perfeccione los vínculos debe ser “testimonial” es decir, debe expresar lo que somos y sentimos, ayuda poco decir una palabra que no nos compromete; nuestra palabra debe ser “justa”, es decir dicha en el momento oportuno y para la ocasión, no es lo mismo la palabra en una conferencia, dando una información o en la intimidad, por eso la palabra tiene que ser acorde a la situación; también tiene que ser “clara”, es decir, sin ambigüedades, sin doble sentido y sin generalidades; expresiones como “nadie me entiende” obstaculizan la relación porque generan una comunicación de carácter acusatorio, por eso la palabra para ser clara tiene que expresar “donde”, “cuando”, “con quien”; debe, además ser “directa”; no sirven las palabras que decimos a una persona para darle un mensaje a un tercero, no sirven las palabras que son “tiros por elevación”; también deben ser “verdaderas”, no basta que sean “sinceras”, lo sincero es subjetivo, puedo decir algo que siento pero que no es edificante o tal vez no es verdad, la verdad es objetiva, tengo que decir no sólo lo que siento sino lo que es real y edifica al otro.
La falta de palabras
Finalmente, “la falta de palabras” es elocuente, es también comunicación y suele insinuar enojo, desprecio, rotura de la relación. Para poner una nota de humor que muestra la verdad de este último punto, cuentan que un señor se olvidó del cumpleaños de su esposa; los amigos le preguntaron: “que te dijo”, el esposo respondió: “nada” (…) “nada por tres semanas”. Que el Señor Jesús nos cure espiritual y psíquicamente para que sepamos recrear los vínculos por medio de palabras, testimoniales, justas, claras, verdaderas y directas, que nos comuniquen, edifiquen y alegren a nuestros interlocutores. Para que esto se concrete podemos decirle a Jesús como el leproso del Evangelio: “si quieres, puedes sanarme”, es decir, pedirle que fortifique nuestro corazón con una buena dosis de amor que, como lo describe san Pablo, es paciente, es servicial, no se irrita, no busca su propio interés, no es egoísta, se alegra con la verdad (cf 1Cor. 12, 4-6), y entonces nuestras palabras serán expresión de ese interior sanado, fortalecerán nuestros vínculos para tener el placer de la amistad, la intimidad, el encuentro y la reconciliación. Buen domingo.