Por Obispo Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn. 15,1-8)
“Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto lo poda para que é más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que Yo les anuncié. Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.”. Palabra del Señor.
¿Qué es una Vid?
En este evangelio Jesús elige una comparación para expresar la relación que existe entre la vid-Jesús; el Padre-viñador y los discípulos-ramas (sarmientos). Recordemos que la vid, junto con el olivo y la higuera, conforman la vegetación característica de Palestina e Israel. Teniendo en cuenta que en la actualidad más del 80 % de la población mundial vive en ciudades, no estaría de más decir que una viña es una plantación de vides y que la vid es una planta trepadora de tronco retorcido con ramas tiernas y largas que brotan del mismo. Tiene hojas alternas y echa flores verdosas en racimos que se transforman en uvas. El fruto de la vid es, pues, la uva. En toda viña es necesario que haya una persona que cuide, limpie, riegue y vigile constantemente las plantas. Esta persona es el labrador o viñador.
Jesús es nuestra fuente de vida
La narración del evangelio de hoy se vale de la comparación una vid, para representarnos la interacción entre tres "actores": Jesús, el Padre y los discípulos; cada uno con su identidad y su misión propia. Al reflexionar el texto tenemos que ponernos en el lugar de los discípulos, de las ramas, y comprenderemos cómo vivir nuestra relación con el Padre, con Jesús y con los demás. Jesús es la fuente de vida y de energía de los discípulos. Por esto es vital la unión con Él y nuestro mayor compromiso como cristianos es permanecer unidos a Jesús. El testimonio de muchos santos, por no decir de todos, tanto de vida activa como contemplativa, es unánime al respecto: sólo quien permanece unido a Jesús puede dar verdaderos frutos. Por ejemplo, el santo Cura Ars, desde su lugar de párroco, escribía: "Ser amados por Dios, vivir unidos a Dios…Vivir en la presencia de Dios, vivir por Dios: oh bella vida…y bella muerte…Todo bajo la mirada de Dios, todo con Dios, todo por agradar a Dios…oh! Esto sí que es bueno". "¡Oh bella vida! ¡Bella unión del alma con Nuestro Señor! La eternidad no será suficiente para comprender esta felicidad".
Dios Padre es el viñador
Luego tenemos nuestra relación con el Padre, el viñador, que se encarga de cuidar la vid y de podar-purificar las ramas. Todas reciben de Él su acción o atención: las que están secas y no dan frutos son cortadas y tiradas; las que dan fruto son podadas para que den más. La Iglesia y el individuo siempre necesitan purificarse. Los actos de purificación, tan dolorosos como necesarios, aparecen a lo largo de toda la historia. Por eso no es errado leer los momentos duros de la vida -enfermedad, rotura de vínculos, soledad-, como un momento en el que Dios quiere purificarnos. La sabiduría está en darnos cuenta de qué quiere purificarnos.
La unión con los demás
Y por último nuestra relación con los demás, que será desarrollada en los versículos siguientes (Jn 15,9-17), porque la unión con Jesús es el alma de la unión con los demás y de la acción a favor de los demás. Decía el Papa Francisco en el Regina Coeli del 29 de abril de 2018: “Se trata de permanecer en el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos, para adentrarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar un respiro amplio a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Este coraje de salir de sí mismos y de adentrarse en las necesidades de los demás, nace de la fe en el Señor Resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es, de hecho, el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a los hermanos con abnegación de sí, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó. El dinamismo de la caridad del creyente no es fruto de estrategias, no nace de solicitudes externas, de instancias sociales o ideológicas, sino del encuentro con Jesús y del permanecer en Jesús. Él es para nosotros la vida de la que absorbemos la savia, es decir, la «vida» para llevar a la sociedad una forma diferente de vivir y de brindarse, lo que pone en el primer lugar a los últimos”. Buen domingo.