Por Obispo Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 16,15-20)
“Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: ‘Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán’. Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban”. Palabra del Señor.
¿Qué aporta la Ascensión del Señor a nuestra vida?
Si nos preguntamos: ¿qué tiene que ver la Ascensión del Señor con nuestra vida? La palabra más consoladora de Jesús respecto de su ascensión no está en el Evangelio de hoy sino en el Evangelio de Juan: “Me voy a prepararles un lugar, para que donde yo esté estén también ustedes”. (Jn. 14, 3). La Ascensión da sentido trascendente a nuestra vida y promete un final feliz y eso cambia totalmente nuestros planes, nuestras opciones y nuestro modo de vivir. La esperanza cristiana, en efecto, se fundamenta en que Dios no miente, es fiel y tiene poder para cumplir lo que nos promete. Un mensaje silencioso con el que nos ha golpeado la crisis de la pandemia pasada y ahora la crisis del ajuste socioeconómico que hace que mucha gente sufra es que si no hay un destino trascendente no tiene sentido una ética y nuestra vida es muy poca cosa.
Un testimonio elocuente
Para mí fue elocuente y me conmocionó tener que hacer el responso de una religiosa que servía en el Hospital “San Felipe”, de San Nicolás. Fiel a su misión hasta las últimas consecuencias, acompañó a las enfermeras de ese lugar como siempre lo había hecho no obstante la pandemia, se contagió de Covid y murió. Lo que me golpeó es que cada vez que era invitado a almorzar por esas hermanas del hospital, Soledad –así se llamaba esta religiosa-, se esmeraba en cordialidad y en hacer una buena comida para que yo la pase bien. El golpe anímico lo tuve porque al momento del responso me trajeron una urna con sus restos; un poco de cenizas, y lo que pensé fue: ¿cómo es posible que la que hace poco servía con tanto amor en el hospital ahora sea un poco de cenizas? ¿Para esto nos creó Dios? En seguida Jesús me iluminó con un pensamiento: ¡¡El alma no se puede hacer cenizas!! Es como la “caja negra” de un avión; el avión se destruye en un accidente pero la caja negra queda con la historia del avión. El alma es como la caja una negra, es nuestra persona con su historia de entrega y vulnerabilidad, de triunfos y fracasos, de aciertos y errores, es de tipo espiritual y la muerte biológica no la puede destruir; es lo que perdura y se presenta ante Dios después de esta vida. Por eso, creer en un destino trascendente, incluso en un juicio final exigido por la justicia de Dios, que también es misericordioso, es decisivo para elegir cómo vivir aquí en esta historia.
Fiesta de la esperanza y el compromiso histórico
Jesús que asciende a los cielos manda a los discípulos a proclamar la Buena Noticia; se trata de una “buena noticia”, hay sentido, hay destino trascendente, Jesús viene a mostrarnos nuestra identidad y nuestra dignidad de la cual habíamos perdido conciencia por el pecado que nos quitó lucidez. Somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros y señores de las cosas y así tenemos que vivir. La hermana Soledad, que fiel a su vocación de religiosa y enfermera entregó su vida hasta las últimas consecuencias en la pasada pandemia, es un testimonio elocuente. Vale la pena asumir los valores que surgen de la vida de Jesús: la oración como un diálogo con Dios Padre, la justicia que es la fuerza de la paz; el cumplimiento de la palabra dada; la fidelidad en la amistad y en el matrimonio; la defensa de la verdad; el trabajo por el bien común; la atención prioritaria de los más débiles porque tienen la misma dignidad que nosotros y la vida le ha dado menos; vale la pena enseñar al que no sabe, corregir al que yerra; vivir reconciliados. Vale la pena dar valor social a nuestro capital creando una fuente de trabajo en vez de disfrutar egoístamente y sin riesgos los bienes materiales que tengo. Dios cumple sus promesas y nos dice: “Ni un vaso de agua que des a un necesitado quedará sin recompensa”. La pandemia pasada y ahora el ajuste socioeconómico que hace sufrir a todos, pero especialmente a los más vulnerables, son un grito silencioso de Dios en este sentido: “o nos salvamos juntos o no nos salvamos”. Nuestra vida es misión; ayudar a que todos “asciendan” y vivan según su dignidad; de ese modo “ascendemos” nosotros como personas, entonces, al final de nuestra vida, Dios hará que ascendamos con Él. Buen domingo.