Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (Jn. 20, 19-23)
“Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ‘La paz esté con ustedes!’ Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ‘¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes’. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan’.” Palabra del Señor.
Aliento de vida
Celebramos “Pentecostés”, que es la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Santísima Virgen María en oración. La primera vez que aparece la palabra “espíritu” en la Biblia es cuando el libro del génesis narra que Dios al crear a Adán, “sopló” sobre él y fue un ser viviente. El Espíritu es el soplo de Dios que hace que el hombre viva. También, por acción del Espíritu Santo los profetas predicen lo que va a ocurrir en el futuro y transmiten al pueblo de Israel lo que Dios quiere de ellos; finalmente, el Espíritu Santo es el que crea en nosotros un corazón nuevo que nos inspira e inclina a vivir según la voluntad de Dios.
La “identidad” del Espíritu Santo y su acción en nosotros
En el Antiguo Testamento, se esboza la “identidad” del Espíritu Santo: es un Espíritu de “sabiduría” -que significa gusto por el bien-, por eso el Espíritu Santo potencia nuestro amor y nos da el placer de hacer el bien. Es un Espíritu de “inteligencia” -que significa “leer dentro”-, que perfecciona nuestra fe ayudándonos a penetrar los misterios de Dios. Es un Espíritu de “ciencia”, que perfecciona nuestra esperanza porque nos hace ver las huellas de Dios en la creación y su acción en la historia. Además, nos ayuda a tener una escala de valores que nos hace optar primero por Dios y las personas con su dignidad, luego por los bienes materiales. Es un espíritu de “consejo”, que nos ayuda a discernir entre el bien y el mal y que viene a perfeccionar nuestra prudencia, la virtud que sabe buscar los medios para llegar a un fin bueno. Es un Espíritu de “fortaleza”, que perfecciona la virtud del mismo nombre y nos ayuda a no claudicar ante los obstáculos de la vida, a tener paciencia y a no desanimarnos en el dolor, a no perder la esperanza de superar el mal. Es un Espíritu de “temor”, que perfecciona nuestra templanza porque nos hace evitar los excesos en las comidas y las bebidas, y nos ayuda a ser personas moderadas en nuestro modo de ser y actuar. Es un Espíritu de “piedad”, que nos hace percibir a Dios como Padre bondadoso, al cual con confianza le rezamos el “Padre Nuestro” –en plural- donde le pedimos no sólo por nosotros sino por la gran familia humana, para que su Reino de paz y de justicia sean una realidad entre nosotros; que nos dé cada día el pan material y el pan de la reconciliación, que sepamos perdonar como somos perdonados, que no caigamos en la tentación de creer que hacer lo prohibido nos realiza. El don de piedad perfecciona la justicia porque hace que le demos a Dios la alabanza y adoración debida y que tengamos hambre y sed de justicia, trabajando por la promoción de la dignidad de todo hombre y de ese modo seamos artífices de la paz.
Regalo de Jesús
En fin, el Espíritu Santo es el Espíritu de Dios Padre y de su Hijo, que brotó del costado abierto de Jesús en la cruz y que se nos da en el bautismo y la confirmación. Es el que hace de nosotros un “ser viviente” y el que nos inspira y nos anima para que, como Jesús, seamos personas, caritativas, inteligentes, sabias, orantes, fuertes en el sufrimiento, que saben discernir entre lo bueno y lo malo, que están libres de los excesos, y que con su vida transmiten como vivir y para qué entregarse a los que les han sido confiados. Si “alma” significa “lo que anima”, lo que hace de cada persona un ser viviente, el Espíritu Santo es “el alma de nuestra alma”, el que hace que consolemos con el consuelo con el cual somos consolados y animados. Por eso es llamado por los padres de la Iglesia “Dulce Huésped del alma” y oramos diciéndole: “Tu eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto, sana nuestras heridas, suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos”. Por todo esto lo celebramos. Buen domingo.
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