Por Obispo Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (Jn. 28, 16-20)
“Después de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: ‘Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Palabra del Señor.
Un misterio de amor
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad. Cuando hacemos la señal de la cruz decimos: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, e indicamos que queremos rezar y hacer las cosas en el nombre de Dios, que es uno en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Papa san Pablo VI, hacía una descripción sencilla del misterio de Dios, decía: “el Padre es tal, porque eternamente y por amor se entrega y le da todo lo que es al Hijo; el Hijo es tal porque recibe todo del Padre y por amor se entrega totalmente a Él; y el Espíritu Santo es el amor de ambos”. Dios, que es uno en tres personas, es un misterio de amor.
Dios nos amó primero
Como nosotros estamos hechos “a imagen y semejanza” de Dios que nos creó, durante nuestra vida, casi sin darnos cuenta, si no pasa nada “anormal”, reproducimos ese misterio de amor. En los primeros años de vida hasta la juventud, reproducimos la imagen del Hijo, porque por amor recibimos todo lo que tenemos y somos. Aquí hay que rememorar y agradecer a tantas personas que en nuestra historia fueron “bendición” y sensibilizaron el amor de Dios para nosotros: nuestros padres que, junto con Dios y por amor nos dieron la vida, nos cuidaron la salud, velaron nuestro sueño, nos dieron la posibilidad de una educación, se gastaron para que seamos; los docentes que nos promocionaron humanamente haciéndonos crecer en inteligencia y responsabilidad; los amigos con quienes aprendimos que no éramos una isla sino que estábamos llamados a la comunicación y al encuentro, y tantas personas que nos hicieron bien.
Como padres lo imitamos
Luego cuando somos adultos, más bien estamos llamados a reproducir la imagen de Dios Padre. El matrimonio se forjó saliendo de nosotros mismos para amar a otra; el hijo que viene como fruto de ese amor, despierta nuestra conciencia y vocación de “padres”, porque junto con Dios, al niño le diste la vida y te pide, como un derecho que se satisface con amor, que lo cuides, lo alimentes, veles su sueño, trabajes para educarlo, te gastes y desgastes para que él sea “alguien” en la vida, y todo lo haces por amor, casi naturalmente. Tu hijo no te podrá devolver prácticamente nada de todo lo que le diste, lo único que le requerirás con el paso del tiempo, es el recuerdo y el afecto de hijo. Con ese modo de actuar llegarás a tener el glorioso título de: “padre” o de “madre” que como Dios, da sin pedir nada a cambio; te habrás acercado al modo de ser de Dios, esa será tu gloria y tu corona.
Entrega agradecida
Si al final de tu peregrinar en esta vida reflexionas y miras el camino recorrido, te darás cuenta que en la primera parte, sobre todo hasta la juventud, has reproducido el misterio de Jesús que es “hijo”, porque recibiste prácticamente todo y caerás en la cuenta de que sos deudor de muchas personas, aparecerán rostros y actitudes que te hicieron bien, y dirás; “gracias a la vida que me ha dado tanto”, o si tienes fe dirás; “gracias a Dios que me ha dado todo”. Si, en cambio miras la gran segunda etapa de tu vida, te darás cuenta que reprodujiste el misterio de Dios Padre, porque te entregaste sin pedir nada a cambio, diste la vida por otros. Y entonces concluirás que, como Dios, que es Espíritu de amor, nuestra vida es un misterio de amor, recibido en los primeros tiempos y entregado en las etapas maduras, para que otro, que es continuidad tuya, sea feliz, se realice y vuelva a reproducir el misterio de ser amado y amar. Esta es la concepción católica de Dios y de la vida: Dios es común unión de personas en el amor; nosotros estamos hechos a imagen de Dios, por lo tanto nuestra más profunda vocación es “relacional”; la vida es un llamado a comunicarnos, a encontrarnos, a hacernos bien, a amar y ser amados. Por eso valoramos el “abrazo”, porque es un símbolo del amor de Dios sensibilizado humanamente. Buen domingo.