Por Obispo Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 4,35-41)
“Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: ‘crucemos a la otra orilla’. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la proa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: ‘¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?’ Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: ‘¡Silencio! ¡Cállate!’ El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?’ Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: ‘¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Palabra del Señor.
Las tormentas
Todas las tormentas nos dan la sensación de una realidad que no dominamos y de la que hay que protegerse, pero una tormenta en el mar mientras navegamos en una barca que es agitada y anegada por el agua, con la conciencia de que no podemos hacer pie porque no estamos en tierra firme, ni huir a ningún refugio; que debajo nuestro tenemos cientos de metros de agua y si la barca se hunde no tendremos salvación, es una realidad que sin dudas genera miedo y angustia como ninguna otra situación. Algo de esto es lo que viven los discípulos, según nos narra el Evangelio de hoy, por eso, desesperados, despiertan a Jesús y le dicen: “¿No te importa que nos ahoguemos? El Señor, de manera milagrosa, con una orden, calma la tormenta y reprende a los discípulos diciéndoles: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”
La vida
La vida, nuestra vida y la de cualquier ser humano, no es un mar tranquilo, la barca de nuestra persona tiene momentos de navegación serena, pero, de vez en cuando se desatan tormentas de distinta intensidad que parecen desestabilizarnos y, a veces, nos hunden en la angustia y el miedo, aunque no siempre lo digamos: la pérdida de un puesto de trabajo, una enfermedad que nos sorprende, una falta de fidelidad que nos traspasa el corazón y nos entristece como pocas cosas, la muerte repentina de un familiar o amigo del alma, son situaciones que, como nos desbordan, nos hacen salir en búsqueda de ayuda; un amigo, un padre, una persona en quién confiamos; es la búsqueda de una explicación, de un ¿por qué Dios permitió que entremos en esa situación que parece hundirnos en el bajo ánimo y la desesperanza? Es cuando tenemos que obrar como lo hicieron los apóstoles y decirle a Jesús, cuestionar a Dios: ¿No te importa que nos hundamos? ¿Por qué permitiste que nos ocurra esto? ¿Cómo salimos? ¿Quién nos cierra esta herida? Y Jesús, después recriminarnos un poco por nuestra falta de confianza en Él, nos ilumina haciéndonos ver el desafío en su justa medida y dándonos señales de que hay salida, así, poco a poco, calma nuestra tormenta interior, va sanando nuestras heridas como un padre que nos abraza y nos dice: “no llores”, dándonos perspectiva y esperanza. En estos casos, lo primero que tenemos que hacer es buscar a Dios en la oración y abrirle nuestro corazón angustiado; en un segundo momento, salir en busca de los amigos y ver que a través de ellos Jesús nos va dando paz en la tormenta. Mas aún, Dios a través de las tormentas nos va enseñando como pilotear la barca de nuestra persona, con la conciencia de que, si lo tenemos a Él y con Él, podremos salir airosos en las tormentas que vendrán. Buen Domingo.