Por Obispo Diocesano Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 7, 31-37)
“Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordo mudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: ‘Efatá’, que significa: ‘ábrete’. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: ‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Palabra del Señor.
Saber escuchar
En el Evangelio de este domingo Jesús sana a un sordo mudo. La sanación del cuerpo, en el Evangelio, es también un signo que Dios quiere sanar nuestra persona, en este caso de la incapacidad de oír y hablar. El síntoma de que ha disminuido nuestra capacidad de escucha o nos estamos volviendo sordos en las relaciones interpersonales, es que mientras el otro nos habla estamos pensando qué le vamos a contestar; otro síntoma es que oímos pero no escuchamos; lo que el otro nos dice “nos entra por un oído y nos sale por el otro” –solemos decir habitualmente-. Escuchar es un modo de amar, un modo de hospitalidad, es decirle al otro: “vos sos importante para mí”, por eso dedico tiempo, dejo lo mío y te escucho. Cuando hacemos esto con la Palabra de Dios, estamos reconociendo lo importante que es Él para nuestra vida y entonces somos bendecidos, porque escuchando su Palabra, dejamos que Cristo entre en nuestra persona y se transforme en compañero de camino que nos anima, nos consuela y nos fortalece. Cuando escuchamos a las personas que nos rodean, estamos creando un clima cordial y edificante de comunicación y encuentro y eso nos sana de una enfermedad muy frecuente hoy: la soledad.
Saber hablar
Un filósofo afirmaba que las palabras humanas no son “sonidos vacíos”, sino que van cargadas con todos nuestros sentimientos positivos o negativos, por eso las palabras “dejan marca” en la persona del interlocutor; de acuerdo a lo que decimos y como lo decimos, los destinatarios de nuestras palabras suelen quedar agradecidos o heridos. Nuestras palabras pueden dar vida o destruir, alegrar o entristecer, herir o sanar, por eso, antes de hablar tenemos que pensar lo que vamos a decir. Dicen los especialistas que las personas sordo mudas viven en una gran soledad, no sólo porque no escuchan las palabras sino porque tampoco perciben el afecto que las acompañan.
Jesús ¡sánanos!
Por eso, sabiendo que Jesús es misericordioso y curó al sordo mudo, tenemos que vencer el orgullo, la vergüenza o la timidez y decirle: ¡sana nuestra incapacidad de comunicación! ¡Dame la capacidad de escuchar y de hablar! De hecho los sacerdotes, que solemos pasar horas escuchando a quien viene afligido, nos pide un consejo o viene a celebrar el Sacramento de la Reconciliación, luego de contarnos su problema o sus faltas, de exponernos su situación, suele decirnos: “gracias padre, tengo paz”. En realidad, muchas veces, lo único que hicimos fue escuchar sin casi decir una palabra; es cierto que Dios intervino dando paz, pero es cierto también que Dios actuó a través de una actitud humana: escuchar. Esto nos hace constatar que la escucha sana y contiene; la persona tiene la real sensación de que el que lo ha escuchado comparte su vida, ha hecho un acto de verdadero amor porque ha dejado lo propio y ha dedicado su valioso tiempo para escucharlo. La escucha contiene y libra de la orfandad, razón por la cual es algo que tenemos que tener presente todos, pero especialmente los esposos y los padres con sus hijos. Buen domingo.