A María Victoria, incansable trabajadora por la igualdad.
“La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana y federal”, así es como el primer artículo de nuestra Constitución Nacional adjetiva lo que el pueblo (Nación) por medio de sus delegados, ha definido cómo ha de ser su articulación institucional.
Mucho se ha debatido en ciencias sociales acerca de la naturaleza y alcance del concepto
mismo de “nación”, llegando incluso a acercar en posiciones a Max Weber quien sostiene en el cap. VIII de Economía y Sociedad, que la idea de Nación en su versión más primitiva es como una comunidad que tiene una “misión” y que dicha empresa sólo puede ser llevada adelante mediante la conservación “de los rasgos peculiares del grupo considerado como la nación”.
Casi en el otro extremo del imaginario ideológico, el fundador de la Falange Española, José
Antonio Primo de Rivera, definirá en el artículo 2 de su particular “credo” que: “una Nación no es una lengua, ni una raza, ni un territorio. Es una unidad de destino en lo universal.” (discurso del 7 de diciembre de 1933). Los citados y la beata alma del Dr. Artemio Melo me perdonen la
comparación.
Pero como diría otro español, “argentinos a las cosas”, así que Arias a lo concreto. Decíamos
entonces que la Argentina, luego de décadas de guerras intestinas, resolvió organizarse, en el marco del histórico Acuerdo que tuvo lugar en nuestra ciudad, como una República representativa. Esto según lo adoptado en la Constitución sancionada en 1853 y sus sucesivas reformas de 1860, 1866, 1898, 1949, 1957 y 1994.
En los últimos días se ha suscitado un interesante debate acerca de las llamadas “jubilaciones
de privilegio” de la que gozan ex presidentes y ex vicepresidentes. La motivación del debate fue que el actual titular del poder ejecutivo nacional, Javier Milei, impulsa que de aquí en más quienes ostenten los cargos enunciados no puedan percibir por el sólo hecho de haberlo detentado una asignación dineraria vitalicia.
En esa línea Milei además resuelve sacudir el tablero político enviando al titular de la Anses una nota en la cual renuncia de manera expresa a percibir dicho beneficio una vez concluido su mandato. La petición fue aceptada: Milei no cobrará.
No tardaron en hacerse oír voces a un lado y otro del espectro político intentando justificar
dicha asignación que cobran hasta el momento Cristina Kirchner (x2), Amado Boudou, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Gabriela Michetti, Adolfo Rodríguez Saá, Zulema Yoma (como viuda de
Menem), Inés Pertiné (como viuda de De la Rúa), María Estela Martínez de Perón, y los casos más vergonzantes aún como lo son los de Amalia Guido (hija de José María Guido) y el de la viuda del ex dictador Marcelo Levingston, Betty (así no Beatriz) Andrés.
Es posible que usted, al igual que yo que no tenemos el estómago multi ideológicamente resistente de Miguel Angel Pichetto esta escueta pero gráfica enumeración le de náuseas.
El rechazo social a la desigualdad es síntoma de una república sana, o al menos de una
sociedad que quiere curarse. La democracia es una forma de gobierno mediante la cual los iguales (y ojo, porque la “trampita” suele estar en definir quiénes son esos iguales…) eligen los cargos a cubrir en las instituciones del Estado.
En un interesante volumen llamado “El dilema de la democracia”, Lord Hailsham sostiene que dentro de Occidente podemos entender a la “democracia” de dos maneras: de una parte, la “democracia centralizada”, a la que el ex Canciller británico denomina “dictadura electiva”; y por otro lado “el gobierno limitado”, que según el anciano conservador es la manera en la que se aseguran las libertades bajo el imperio de la ley.
Es decir, que el mero hecho de efectuar elecciones de manera periódica, no debe suponer que ello sólo constituye la democracia, pues es posible también de esta forma encadenarse voluntariamente, de allí que las limitaciones al gobierno de turno, sean la clave para el mantenimiento de los valores profundos sobre los cuales se constituyó ese Estado.
Vigente y lúcida continúa siendo la observación de Alexis de Toqueville sobre la
democracia, a la que entiende como la manera de ser de una sociedad, la democracia es en suma, un estilo de vida. No hay entonces democracia sin compromiso. No hay democracia sin ciudadanos. Y sin ciudadanos no puede haber tampoco república.
Pero la idea de república que no sólo se circunscribe a su principal cualidad que es la división (real) de poderes, sino que bajo su superficie se manifiestan otras características. El ideal republicano se sostiene sobre dos grandes columnas, la libertad y la igualdad. Mucho se habla en estos momentos de ambos conceptos e incluso hay quienes buscan hacerlos considerar como excluyentes. En lo personal, este escribidor, considera que la libertad política contiende dentro de sí la igualdad política.
No se puede ser iguales en derechos y dignidades si no se tiene la libertad para poder ejercer esos derechos. Sino vaya usted a tratar de pensar libremente y publicar sus escritos, o tocar su música, o pintar sus cuadros, en La Habana, allí se encontrará con el infranqueable muro de la censura.
Muro cimentado sobre los cadáveres de miles de ciudadanos que simplemente se atrevieron a pensar distinto, y por ese solo “crimen” fueron tildados de “contrarrevolucionarios” por lo tanto, y como afirmó el criminal Ernesto “Che” Guevara, ante la Asamblea General de la ONU el 11 de diciembre de 1964: fusilados.
Los presos políticos del Movimiento San Isidro saben actualmente de ello (por cierto, mi absoluta solidaridad con esos presos que dignifican con su sacrificio una causa justa, y el noble accionar de las Damas de Blanco).
Es decir la igualdad no se consigue con el enunciado del derecho, sino con su ejercicio, y eso supone la efectiva libertad de querer y poder realizar. En los Estados occidentales actuales, la idea de los privilegios de quienes detentan cargos públicos son percibidas como resabios de regímenes ya superados y que se basaban precisamente en la desigualdad entre los seres humanos.
Pero cuidado con confundir privilegios con honores o con autoridad en el sentido weberiano del término. Aquí, en estas columnas sí creemos que existen ciudadanos que se merecen el respeto y la admiración por el servicio a la comunidad, valga de ejemplo el honor que conllevan con ellos todos los ex combatientes del conflicto del Atlántico Sur de 1982, o la autoridad con la que se escuchaba la palabra aún resonante del Dr. René Favaloro sobre cuestiones tanto médicas, como cívicas, sin que lo hiciera desde los atriles del poder.
Aquí lo que se cuestiona es que el mero hecho de acceder a una representación popular
ponga de inmediato al representado por sobre los representantes. Este tipo de desigualdades que la punta del iceberg es el debate por las “jubilaciones de privilegio” viene a poner en la discusión pública.
Diputados y Senadores de la Nación han constituido una especie de club, de cofradía en la cual, a la derecha y a la izquierda se pueden observar prácticas que rompen esta igualdad. Hechos de impactante frivolidad como tener dentro del Congreso un salón de estética (sí una peluquería), o una orquesta de Cámara (sí sí, una orquesta, con violinistas, chelistas, bajistas, etc).
Al respecto el periodista Gabriel Sued en un interesante libro llamado “Los secretos del Congreso” afirma: “El Palacio del Congreso es un símbolo de la democracia y es, a la vez, el lugar de trabajo de más de dos mil personas, entre diputados, senadores, asesores, taquígrafos, mozos, peluqueros, lustrabotas, personal de seguridad, ceremonial, prensa, limpieza e imprenta”.
Sí, leyeron bien, peluqueros y lustrabotas. Tampoco asombra la existencia de enormes flotas de automóviles (con su correspondiente chofer, y chofer del chofer) oficiales que ahora está en vías de venderse.
La República Conservadora (1880-1916), quizás haya sido incluso en las formas más discretas que esta República Arribista. El arribista no tiene demasiado interés en la cosa pública. El
arribista, piensa en sí. Quizás las listas que el predigerido menú electoral nos fue presentando en las últimas décadas por los partidos y alianzas tradicionales hayan contenido una sobredosis de “políticos profesionales” que parecen más arribistas que políticos. Este escribidor no conoce ningún político pobre.
Todo aquel que lea dos líneas de cualquiera de mis escritos, o dos palabras de mis charlas
sabrá de inmediato que si algo no soy es marxista. Ahora bien, quizás para ejemplificar sirva decir con don Karl que si algo son estos arribistas en “una clase para sí”. Lo que Milei popularizó bajo el concepto de “casta”. Eso quizás los aleje sin descaro y desvergüenza de la sociedad que deben representar.
Que un senador de la Nación perciba más de 7 millones de pesos mensuales, mientras que al
mes de mayo un empleado de Comercio (el gremio con más afiliados del país), esté rondando los 650.000 y si consideramos al sector informal hay que calcular un 30% menos aún. Es lo que resulta inmoral.
Que en un país donde se es pobre trabajando, pues con un ingreso en blanco por hogar no se sostiene una familia tipo. Un país donde la informalidad lidera en el mercado laboral, un país donde la canasta básica condena a millones a la indigencia, es decir, a no comer todos los días.
En ese país, los representantes parece ser que tienen una consideración especial sobre su rol y la sociedad a la que representan.
El discurso que llevó a Milei a la presidencia es un discurso que más que reaccionario es revolucionario. La sociedad votó abiertamente y de frente contra los privilegios. Los “arribistas” votaron con manos casi escondidas (Lousteau) el mantenimiento de sueldos abultados. Por eso quizás atacan virulentamente a todo aquel que exponga esas señoriales prerrogativas.
En esa línea sostuvo Schopenhauer que toda verdad pasa por tres etapas: primero es ridiculizada, luego atacada violentamente y finalmente aceptada como auto evidente. ¿Será acaso el derrotero de las ideas que propone el presidente Milei en materia de austeridad pública? Es indiscutible que al menos las dos primeras etapas se han cumplido o están en fase de desarrollo.
Otra pregunta que nos asalta, quizás más en función de las formas que del fondo ¿es el presidente un fanático o un exaltado del sentido común? Hoy parece haber entre los arribistas un fanatismo que no necesita de gritos y puestas en escenas grandilocuentes para defender sus prebendas a capa y espada.
Uniendo a derechas e izquierdas; como ya hemos mencionado conocen a la perfección el funcionamiento del sistema que desde hace décadas les garantiza buen vivir e impunidades en el marco de un deterioro socioeconómico persistente.
Para cerrar estas líneas no se me vienen a la memoria mejores palabras que las de una quijotesca luchadora por la libertad, “olvidaba que en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse” afirmaba Marguerite Yourcenar. Esperemos que esta sea una de esas pocas. Esas pocas son las que la historia recuerda con el nombre de Revoluciones.
Agur Agur.