Por Obispo Monseñor Hugo Santiago
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn. 8,1-11)
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?’ Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: ‘Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra’. Él, inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: ‘Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’ Ella le respondió: ‘Nadie, Señor’. ‘Yo tampoco te condeno – le dijo Jesús -. ‘Vete, no peques más en adelante”. Palabra del Señor.
La honestidad de reconocer los propios errores
En tiempos de Jesús, en Israel, con una actitud no carente de discriminación y desigualdad, la mujer que cometía adulterio era condenada a muerte por la ley de Moisés -en todo caso, la ley debería haber condenado al varón y a la mujer que eran encontrados cometiendo adulterio, porque se trataba de un pecado de a dos -, los fariseos, escuchando que Jesús hablaba del perdón de los pecados y de hecho perdona a la mujer, quieren acusarlo por trasgredir la ley de Moisés. Jesús no les responde la pregunta que le hacen sino con una frase condicional: “El que no tenga pecado que tire la primera piedra”.
Con su actitud de respuesta los fariseos muestran honestidad porque reconocen que también son pecadores, que son falibles, que cometen errores como cualquier ser humano, y por eso, uno a uno se va sin apedrear a la mujer. Pienso qué hubiese pasado si en vez de fariseos éramos argentinos los que escuchábamos “el que no tenga pecado que tire la primera piedra”. Imagino que hubiéramos apedreado a la mujer, porque si hay un defecto argentino, es no reconocer nuestros propios errores y acusar a los demás. Imaginemos, si dos esposos en vez de acusarse el uno al otro, cada uno dijese: “tengo muchos errores, perdóname” y, tomando la actitud opuesta, cada uno ponderara las virtudes de su cónyuge: “te felicito por tu sensibilidad y actitud de servicio, por la paciencia que me tienes”.
Perdonar es hacer renacer un amor muerto
Jesús muestra a esta mujer que cuando Dios perdona no sólo sana una herida sino que promueve a la persona haciéndola mejor. Jesús le hace ver a esta mujer que “puede nacer de nuevo” y ser la mujer ideal que soñó. Por eso María Magdalena, de la cual Jesús había echado siete demonios –dice el Evangelio-, llegó a ser “santa” María Magdalena. Por eso perdonar es hacer renacer una amor muerto, porque el perdón de Dios y el nuestro es capaz de suscitar lo mejor de la persona.
En el Evangelio de este domingo Dios nos muestra que para reconciliarnos, sanar y recrear los vínculos, sea entre sectores sociales como entre personas individuales, una actitud clave es reconocer los propios errores, perdonar a los demás como queremos ser perdonados y ponderar las virtudes que también existen en los seres humanos con los cuales convivimos. Si logramos poner en práctica esta actitud que nos muestra Jesús, nuestros rostros dejarán de estar crispados, tristes, enojados y disfrutaremos más de la amistad social, nuestros vínculos serán más estables y tendremos alegría, estaremos menos a la intemperie ya que nuestros afectos nos cobijan, disfrutaremos de relaciones pacíficas donde cada uno busca animar y promover lo bueno del otro. Buen domingo.