La película de Marisa Sansalone se exhibió en el Teatro Municipal con un marco muy importante de espectadores.
La producción nicoleña tuvo el beneplácito del público y se anunció para el 18 de agosto nuevamente su proyección para los que se quedaron afuera en el estreno.
El público se asomó con El Lapidario a fisgonear los personajes de Villa Porvenir, para reconocerlos primero como vecinos, y después para rechazarlos identificados en las miserias de cada uno.
Calificada por las productoras Vuga y Good Times como una comedia negra, El Lapidario, nos asoma morbosa a la curiosidad en el culto de los muertos, y en la incógnita esperanzadora que cuando estemos en el más allá, nos vean mejor. Pero ¿qué pasaría si cuando nos fuéramos realmente se descubriera qué hubo verdaderamente de la vida de cada uno?
El planteo se entreteje con pocas sonrisas y más gestos adustos. Con una puesta dedicada y una música exquisita. A veces con una atmósfera lenta y pesada, que se libera burdamente como el botón del ceñido cuello que deja respirar tranquilo.
El esfuerzo de un año de trabajosa producción se cierra con el aplauso del público que respeta una película con consagrados intérpretes y otros que se asoman a la popularidad nicoleña.
Vale la pena verla y comentarla. Despierta la intriga de leer el cuento que su autora, Marisa Sansalone, adaptó con Marcelo Echániz para la pantalla gigante. El 18 de agosto volverá a proyectarse para que los que no la vieron se saquen el gusto. Y para que los que ya la hurgaron, se animen a garrapatear un epitafio, al estilo de Vicente Guzmán.
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