“El conflicto es como el agua, se necesita para vivir y también para el progreso. Pero cuando hay demasiada agua en el lugar equivocado, hay que construir puentes y canales para evitar la catástrofe. Construir puentes y canales para que los conflictos no deriven en catástrofes, es lo que llamamos negociación” William Ury
En los últimos tiempos se han incrementado los conflictos en las escuelas y la violencia ha irrumpido en las aulas de una manera avasallante. Cuando se intenta buscar las posibles causas, los especialistas mencionan que la descomposición del tejido social y la repetida disfuncionalidad de la familia, llevaron a la institución escolar a un espacio más agresivo. Sin embargo, por otros muchos factores, la escuela tampoco funciona como antes: ya no es un ámbito de movilidad social, lo que le quita sentido y genera violencia, ha perdido la función democrática de universalización del saber y, además, los alumnos ya no participan activamente de los procesos pedagógicos, desnaturalizándose, de esta manera, el compromiso de aprender. Y, como si esto fuera poco, se aburren. Esto lleva a un deterioro de los vínculos afectivos entre docentes y alumnos, relación condicionada por la desconfianza y la falta de tolerancia.
La pregunta obligada es cómo intervenir ante el grado de complejidad de los casos de violencia.
Antes que nada, la escuela debe volver a ser el lugar de pertenencia afectiva y de marco de encuentro. Trabajar con la resolución creativa y cooperativa de conflictos, en la que participen todos los miembros de la comunidad educativa, podría ser el primer paso para proponer cambios. Esto será posible con un compromiso institucional, con directivos preocupados y ocupados en la problemática, con tutores que acompañen a los estudiantes en el proceso y con docentes que enseñen y aprendan acerca del tema como un contenido, a través de su disciplina.
Otro abordaje posible es la gestión de las emociones. Enseñar a controlar la rabia, la tristeza, el enojo, la envidia o la angustia es otra posibilidad para evitar situaciones que generen violencia física o emocional. La transmisión de valores, como el respeto, el compromiso, la solidaridad, la cooperación y la pluralidad cultural, es otro de los puntos a tener en cuenta.
Y, por último, postular la empatía como forma de vida; enseñar a “ponerse en el lugar del otro”, podrá ayudar al bienestar no sólo de los alumnos, sino también de los docentes.
Empezar a generar el cambio para construir una escuela donde profesores y alumnos estén cómodos, donde se pueda focalizar la atención en el aprendizaje y donde se genere un espacio de verdadera convivencia, serán los primeros pasos para generar un efecto dominó en la sociedad.
Carina Cabo
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