Hablar de moral, implica introducir un juicio de valor sobre acciones, pensamientos, modos, maneras y costumbres. Se trata de aquello que habitualmente polarizamos entre lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe y lo que no se debe.
Es de público conocimiento que más allá de las consideraciones particulares de cada uno, en lo que se refiere a la “vida sexual” de los seres humanos, en el terreno de los valores, hay miradas que han cambiado con el transcurrir de los tiempos. Por ejemplo, la virginidad, otrora un valor preciado para la mayoría y que podía determinar elecciones en cuanto a hacer preferible a una muchacha en relación a otra, hoy le puede restar puntos a cualquier jovencita entre sus pares.
El travestismo, hasta no hace mucho, era una práctica restringida a la marginalidad y hoy quien la practica puede estar entre las celebridades de teatros de revistas o encabezando tiras televisivas. Quizá únicamente en las fantasías más osadas de nuestros abuelos podía tener lugar este escenario.
Hasta en el terreno de las “elecciones sexuales” parecería que el horizonte es amplio, la homosexualidad ya no es objeto de persecución y hasta de asesinato como en otras épocas.
Pasemos, por ejemplo a considerar cambios que pueden venir en nuestro Código Civil: la fidelidad y la infidelidad ya no tendrían la significación y la valoración anterior si por ejemplo, se llega a aprobar las reforma, entre las cuales, la infidelidad no va a constituir causal de divorcio.
Ahora bien, todos estas transformaciones en la perspectiva de la sociedad, los ciudadanos y sus derechos no resuelve el padecer de los sujetos en su existencia, ya que en lo que hace al Sexo y a la vida sexual de los seres humanos, éstos van a escapar a toda tentativa de normalización ciudadana. Por ejemplo, en lo que hace al lazo conyugal y una moral que le es intrínseca: la moral monogámica, la mayoría de los lectores acodarán, probablemente, con el hecho de que más allá de las normas jurídicas no habrá manera de que no surja una afectación subjetiva ante lo que se consideran “traiciones” o “engaños” del partenaire.
El lazo conyugal implica un pacto simbólico de la elección de “uno” o “una” para cada cual, comporta la dimensión de la “promesa” y ésta incluye en su lógica misma la posibilidad de la “ruptura de promesa” o “incumplimiento de promesa”, de modo que por más “open mind” que el sujeto de la época se considere, no eludirá la significación particular de dicha ruptura.
La pasión celosa, la entrada en la escena del “otro” o “la otra”, “el tercero en discordia” y sus resonancias, sobrevivirán a cualquier normativa jurídica ya que esas situaciones pueden tener para el sujeto la dimensión de un “acontecimiento”, esto es, la irrupción de algo novedoso en su devenir. Es habitual que las personas se refieran en relación a estos hechos con enunciados tales como: “nunca lo hubiera esperado”, “no había pasado por mi cabeza que pudiera ocurrir”, “ni se me hubiera ocurrido”, etc., es decir algo respecto de lo cual el sujeto es tomado como no sabiendo.
En un análisis, el analista escuchará la manera absolutamente particular que tenga, quien le habla, de quejarse o referirse a tales situaciones. En ocasiones, toma más importancia el hecho de la “mentira” o la “traición” en sí, que la posibilidad de perder ese amor. En otras, es la pasión vengativa la que se destaca en todo el padecer, más que el interés por el partenaire o se despierta un sobrevalorado interés en el “rival” en cuestión. En tales casos, es para reconsiderar, que si nombramos “infidelidad” a tal acontecimiento es muy legítimo preguntarse “¿es respecto de la fidelidad a qué?”.
En la práctica del discursos del Psicoanálisis debemos poner en suspenso los términos “fidelidad” o “infidelidad” tal como se los entiende habitualmente, en lo que se llama “el sentido común” ya que las vías del deseo y del goce en los seres humanos presentan artilugios, vericuetos que trastocan muchas de las nociones generalmente consideradas desde un solo “valor” de significación. Puede ser difícil de captar y hasta de creer si no se ha transcurrido por la experiencia de un análisis, pero es constatable y verificable que el “`partenaire” con el que cada uno goza o se plantea alguna relación al deseo no coincide con la “persona” que presta el cuerpo para ubicar allí ese “oscuro objeto del deseo” con el que el sujeto se relacionará. Si esto no fuera así, ¿qué necesidad habría del uso de alguna lencería especial o de un perfume o de que alguna parte del cuerpo del partenaire tenga determinadas condiciones?
¿No ocurre frecuentemente que a ese compañero se le atribuyen rasgos o virtudes si se está en el plano del amor y que ese mismo puede pasar a tener características totalmente opuestas y defectuosas cuando el amor se fue?, entonces ¿con quién se estaba realmente? ¿A quién o a qué se es fiel?
De manera que, en el terreno de las relaciones entre los sexos, no hay naturalidad posible, y ante el imperio moral de la época de la que se trate, la salida que encontrará el sujeto para resistir en su singularidad es el refugio en la enfermedad.
El problema de la moral no excluye al analista ya que éste no podrá efectivizar la “función de escuchar” si antepone algún prejuicio moral que lo tome en su persona.
Ante el aplastamiento de toda singularidad que comporta la moral en tanto plantea una máxima de lo que debe ser para “todos”, un análisis es un lugar donde cada uno puede, en la medida que lo quiera, encontrar otra manera de arreglárselas con su existencia, dicho de otro modo con su síntoma o lo que es lo mismo que decir: con su partenaire.
Estas, son algunas de las cuestiones que se vienen trabajando en el Curso Regular “LA MORAL SEXUAL DE LA ÉPOCA”, a cargo de Silvia Conía, una de las actividades en esta ciudad de “Freudianas” Institución de Psicoanálisis. En este marco se llevará a cabo el próximo lunes 27 de agosto a las 20.00, una conferencia a cargo de María del Rosario Ramírez, psicoanalista de Buenos Aires, co-fundadora de “Freudianas”.
Silvía Conía
Psicoanalista. Miembro de “Freudianas”. Institución de Psicoanálisis.