Lic. Sebastian Arias

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19/09/2024


Kirchnerismo y contradicción


Los pueblos se van forjando en su quehacer cotidiano. Por aquellos años, una constante era encender la radio y poder escuchar cómo la engalanada voz de Nidia Lencina llegaba a miles de aparatos de radio en toda la ciudad, tan cautivadora en su “gola”, como lo era su presencia en los antiguos estudios de LT24 Radio San Nicolás en calle Moreno N°17.

Es posible imaginar que en aquellos primeros meses del año 1981, la Argentina aún envuelta en la enlutada noche del Proceso atravesaba una transición, pues Videla dejaba paso a Viola en la conducción de la maquinaria de saqueo, muerte y deshonor. Una Argentina donde los matones a sueldo, tanto paraestatales como los que formaban ejércitos irregulares del terrorismo transnacional, marcaban de forma indeleble su ensangrentada huella en nuestras calles, casas y en especial en nuestra memoria. Una Argentina que por otra parte se maravillaba con la presencia de la mítica banda inglesa de rock Queen en el estadio de Vélez y ante más de 50 mil espectadores.

Pero la Argentina, más allá de su complejo microclima, no es una isla. Por ese entonces, en el panorama internacional, se producía uno de los cambios políticos más trascendentales del siglo XX, y cuyo impacto quizás no está demasiado presente entre los escribidores e intelectuales nacionales. El 20 de enero de ese mismo 1981, Ronald Reagan se transformaba en el 40° Presidente de los Estados Unidos. La llegada de este actor de segunda línea a la presidencia de la primera potencia Occidental trajo consigo la sorpresa que muchos no esperaban. Con un discurso fuertemente anticomunista, Reagan impulsaría un nuevo ciclo en la carrera armamentista con la Unión Soviética, que constituiría probablemente los cimientos de la caída del gigante comunista.

Estados Unidos por ese entonces, designó como embajadora de su gobierno ante las Naciones Unidas a una intelectual de puño firme y polémica siempre abierta: Jeane Kirpatrick. Esta diplomática reconocida por su filiación a la realpolitk y el racionalismo en el marco de las relaciones internacionales publicó por esos años un libro que fue traducido al español como “Dictadura y contradicción”, del cual, el título de este modesto artículo es deudor.

Una contradicción constituye, según nuestra lengua, en una serie de proposiciones que se invalidan recíprocamente. Pero para constituir una contradicción no sólo debemos observar la esfera lingüística de lo afirmado, sino quizás en nuestro metier, que es lo político, el hiato muchas veces producido entre declamación y praxis.

Es posible identificar que en los años de gobierno del kirchnerismo (mandatos presidenciales 2003 a 2007, 2007 a 2011, 2011 a 2015 y 2019 a 2023) que han sido 16 años y medio, desde la cúspide del poder se fomentaba la captura de las diversas trincheras culturales (según el conocido manual del comunista italiano Antonio Gramsci) que le permitieran instalar una sensación de apertura y avance social. Es así como sendas y generosas partidas de dinero público se destinaba a la financiación de actividades en las que los “intelectuales orgánicos” de la academia y la cultura pasaban a constituirse en un nuevo sector privilegiado dentro de la comunidad. Y de manera simultánea el empobrecimiento iba ganando terreno en las calles. Una auténtica “clase para sí”, nació, creció y se desarrolló.

El aparato cultural que montó el kirchnerismo tenía una misión estratégica en su entramado de poder. La popularidad de estos segmentos y el prestigio y bronce de la “academia” blindarían al gobierno bajo la concepción de que la Argentina se encontraba a la vanguardia en el garantizar de los derechos individuales y como no, colectivos. Pero es allí donde reside la principal contradicción operada en los años de gobierno en donde la letra K fue la primus inter pares del alfabeto. Acercamiento al poder de “lo simbólico”.

Al parecer en la lógica que imperaba en esos años en el país (y que continúa haciéndolo en la Provincia de Buenos Aires ) bastaba con el mero enunciado de un “derecho” para que este se encontrase materialmente satisfecho. Es decir, las incontables horas de cadenas estatales y paraestatales de grandilocuentes discursos en los que se exponía acerca de la forma en la que el Estado Nacional ahora se ocuparía de la problemática de tal o cual colectivo (sazone aquí a gusto estimado lector) o tal o cual reparación histórica, etc.

Esta práctica quizás haya alcanzado incluso el ridículo, o en realidad el mayor cinismo al generar Institutos Nacionales o Ministerios, a los cuales se les dotaba de un generoso presupuesto el cual era consumido casi íntegramente en el pago de los salarios de las personas allí ocupadas, militantes. El problema lógico resultante de esta situación, es simple: si un organismo estatal no tiene presupuesto no puede generar ni materializar políticas públicas. Por lo tanto el derecho reconocido continúa insatisfecho.

El hecho de crear un orwelliano Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo no ha hecho a los venezolanos más felices, quizás incluso al contrario. Las izquierdas tienen esa capacidad extraordinarias para denominar cosas tan confusamente… pero no se crea que es ingenuidad, es el conocimiento de que el manejo del lenguaje es poder, siguiendo aquí la doctrina de la interpelación de Althusser. Pero sí es claro que bien le gustan los apelativos a la magia o a la complicación. En algún lugar se le atribuye al caudillo argentino Juan Perón, haber sostenido que cuando a uno le explican algo y no lo comprende debe pedir que se lo aclaren y si aún así sigue siendo confuso es porque lo quieren embaucar. Perón es también un sinnúmero de aforismos. ¡Ojo! Podríamos hacer junto con Ricardo Primo una recopilación de ellos y publicar los “Aforismos Políticos Argentinos y otras sentencias patrias”, varios tomos. No se preocupe lector, no es mas que una chanza.

Al contrario de lo que cree el kirchnerismo, estas columnas han sostenido siempre que la enunciación de un derecho no lo realiza por generación espontánea luego del fiat estatal. Los argentinos somos campeones mundiales en la enumeración de derechos y garantías. Pero basta sólo con asomarse por la ventana para poder observar que la materialización de esos presuntos derechos, continúa siendo una deuda pendiente. En este sentido, decimos junto al filósofo alemán Otfried Höfffe en su ensayo Sobre el poder de la moral: “todavía hay algunos que esperan del Estado social un aseguramiento contra casi todos los contratiempos de la vida; pero este, de hecho no puede procurar más que ciertas condiciones marco”.

En sus años de gobierno, ni siquiera puede afirmarse que se haya constituido algo siquiera parecido a un Estado Social, salvo por supuesto en su enunciación verborrágica. De hecho, y para poner datos oficiales cuando en 2007 Cristina Fernández asume su primera presidencia, la pobreza alcanzaba al 29,1% y 8 años después al concluir su segundo mandato, la viuda de Néstor Kirchner dejaba el 30,1%. No sólo no disminuyó sino que aumentó, pese a haber multiplicado varias veces las partidas estatales referidas a “ayuda social” “programa de asistencia” y por supuesto, la ampliación indiscriminada de la plantilla de empleados públicos. No se luchó contra la pobreza, se la utilizó como recurso discursivo para generar espacios de contención social, pero no para los carenciados que veían escurrirse sus vidas en indignas condiciones, sino para los militantes de su organización partidaria.

Quizás este aspecto de esos años duros y oscuros que marcaron a fuego la realidad argentina contemporánea , y de los que hoy continúan sintiéndose sus efectos, aún no haya sido lo suficiente y honestamente estudiado. La cercanía y las conveniencias personales nublan el juicio de muchos en los ámbitos académicos. Las complicidades también. El miedo al reconocimiento del error es natural, pero su negación constituye un acto de profundo desprecio por la realidad.

El campo de la pobreza y la enunciación de derechos no han sido los únicos en los que se ha caído en contradicciones. Es difícil encontrar un área en el cual no sea capaz de identificarse con cierta claridad esta situación de inconsistencia entre discurso y realidad. Un campo interesante es también el del tan mentado y trillado concepto de “soberanía”, sobre el cual los regímenes nacionalistas suelen construir gran base de su argumentación política.

En este punto el grado de deterioro de las FFAA durante este período no tiene comparación con ningún otro nuestra historia; y es sabida la relación existente entre capacidad militar y soberanía. Incluso diremos más, es conocida la capacidad de injerencia en asuntos internacionales de acuerdo a la capacidad militar. Japón y Alemania durante décadas fueron considerados en el concierto de naciones como “gigantes económicos y enanos políticos”, ¿por qué? Porque luego de haber perdido la Segunda Guerra Mundial fueron restringidos en su capacidad de armarse y eso los llevó a perder terreno considerable en las decisiones políticas globales. Argentina no está al margen de esa situación. Sin capacidad militar la soberanía no es más que una “idea”. Es literalmente el Emperador de Etiopía quejándose en la Sociedad de las Naciones que Mussolini le había quitado su reino. No pasó de un legítimo pero infructuoso berrinche diplomático.

Desarme estratégico y planificado, descuido de fronteras, bases extranjeras de “observación”, memorandum ignominiosos, etc. etc. etc. todas situaciones que lejos de reafirmar la tan mentanda idea de la soberanía no han hecho más que disminuirla. Una vez más la prédica y su contradicción.

Hemos expuesto de manera sumamente sintética algunas de las líneas de pensamiento que hemos compartido con algunos colegas en las últimas semanas y que obviamente no pretenden originalidad alguna. En nuestra mirada, el kirchenerismo se ha constituido como una doctrina contradictoria. Pero no es una contradicción espontánea, sino que se estructura en base un discurso político que pretende justificar una práctica inexistente. Ideas que aún conducen los destinos de la mayor provincia argentina, donde se cree en el pensamiento mágico latinoamericano en cuanto a la solución de los problemas anunciados, mientras que los recursos públicos son mayormente utilizados con fines partidarios y si son fines partidarios son necesariamente facciosos y por ende antipopulares al decir de Schmitt.

Como suele ocurrirnos frecuentemente al momento de hilar ideas en un artículo o conferenciar, traer el pensamiento de algún autor nos referencia con otros emparentado con él. En este caso, recordar las ideas sobre soberanía de Carl Schmitt, nos recordó a quien fuera su némesis,Max Weber, que tanto estudió el fenómeno estatal. Por eso, y porque nunca nos agradó demasiado el género del realismo mágico es que elegimos cerrar estas breves notas con una de sus sentencias, pero le agregaremos una pequeña advertencia, dado que en estos tiempos de austeridad debe servirnos para reflexionar, CUIDADO: “socialización creciente es burocratización creciente”.

Agur, agur

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